El término narcisismo puede asociarse al mito que narra la historia de un joven de extraordinaria belleza, que muere ahogado al mirar su imagen reflejada en las aguas de un río; también puede usarse para hacer referencia a un rasgo psicológico presente en la niñez y en la adolescencia, o como queremos hacerlo en este escrito: para aludir a un trastorno de la personalidad y a un fenómeno sociológico contemporáneo presente en muchos líderes poderosos que terminan siendo narcisistas o, lo contrario, narcisistas que se convierten en líderes empresariales, sociales o políticos muy poderosos.
El líder narcisista se caracteriza porque tiene un sentido exagerado de su valor personal, reacciona mal ante los problemas, siempre culpa a otros de sus desaciertos, ve adversarios en todos lados, carece de empatía y compasión, instrumentaliza a las personas y es incapaz de la autocrítica. Los estudios sicológicos y psiquiátricos muestran que los líderes narcisistas suelen distinguirse porque siempre creen que tienen la razón, hacen rabietas exageradas ante las críticas, son impredecibles, envidiosos y vengativos, suelen humillar, maltratar y empequeñecer a sus dependientes, quienes siempre tienen que estar prestos a alabarlos; sumado a lo anterior, suelen tomar pésimas decisiones administrativas o decisiones subjetivas o caprichosas, por lo que, usualmente, quienes gozan de la calidad de subordinados tienen que trabajar en objetivos irrealizables o inalcanzables, de cuyo fracaso son responsables.
Ahora bien, el líder narcisista para tener éxito requiere de una contracara: la existencia de hombres y mujeres dispuestos a seguirlo y a creer en lo imposible, porque casi siempre una mentira bien contada recibe más aplausos que la verdad cruda y desnuda (sesgo de “optimismo ingenuo”) y, por lo general, el liderazgo elegido no es el mejor, sino el más teatral, el que en medio del caos y la duda nos suena más convincente, aunque sea el menos competente. Se trata de un mecanismo primitivo de sobrevivencia que aún guía la elección de nuestros líderes.
Es por lo anterior por lo que parece que el poder se inclina o favorece a los narcisistas, a los manipuladores y ególatras que saben mentir con convicción y transmitir seguridad a la manada, aunque todo esté a punto de colapsar, pues ante la complejidad de los problemas reales, la capacidad de simplificación de las soluciones que tiene el líder narcisista hace que este aparezca como un faro, aunque este guiando a todos al abismo. De manera que el narcisista no se convierte en líder a pesar de sus defectos, sino, precisamente gracias a ellos, por tanto, es gracias a su autoconfianza inflada, a sus promesas exageradas, a su falso carisma y grandilocuencia, que sus debilidades son percibidas como fortalezas y aplaudidas, porque el espectáculo de la certeza reconforta más que el peso de la incertidumbre.