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Columna

Ganar juntos sí es posible: aumento de salarios 2026

La felicidad laboral es un concepto complejo y multifactorial. No depende de un solo elemento, sino de una combinación de factores emocionales, sociales y económicos.

Alejandro Herrera Salas

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El equilibrio entre la rentabilidad y el bienestar laboral se ha convertido en una condición esencial para la sostenibilidad de las empresas. En medio de un escenario económico cada vez más retador, surge una pregunta fundamental: ¿cómo garantizar la felicidad de los trabajadores sin comprometer la sostenibilidad de las empresas? La respuesta puede estar en repensar lo que entendemos por salario y remuneración.

Mantener empleados felices difícilmente es un lujo. Diversos estudios demuestran que los trabajadores satisfechos mejoran de forma significativa la productividad, fortalecen la atracción y retención de talento, y elevan los niveles de compromiso. Todo esto se traduce en menores costos laborales y mayores eficiencias organizacionales. Por esta razón, el Índice de Satisfacción de los Empleados (ESI, por sus siglas en inglés) se ha convertido en uno de los indicadores de gestión más relevantes en la administración moderna.

La felicidad laboral es un concepto complejo y multifactorial. No depende de un solo elemento, sino de una combinación de factores emocionales, sociales y económicos. Sin embargo, desde una perspectiva clásica, y aún muy vigente, el salario sigue siendo uno de los aspectos que más incide en la percepción de bienestar, al brindar seguridad financiera y reconocimiento directo al esfuerzo. Por tanto, garantizar una remuneración adecuada es una condición indispensable para la sostenibilidad de cualquier negocio: detrás de toda empresa que perdura, hay personas comprometidas que la hacen posible.

En este contexto, surge una tensión natural. Los empresarios tienen la obligación de maximizar la rentabilidad y asegurar la perdurabilidad de sus compañías, pero también la responsabilidad de cuidar a quienes hacen posible su operación. Según el informe anual de la Federación Colombiana de Gestión Humana (ACRIP), los salarios en Colombia aumentaron en promedio un 7,1 % en 2025, una cifra inferior al incremento del salario mínimo legal vigente (9,5 %) y apenas superior al aumento del Índice de Precios al Consumidor (5,2 %). Esto demuestra que, pese a los esfuerzos del empresariado, los ajustes salariales apenas han compensado la pérdida del poder adquisitivo, sin mejorarla.

De cara a 2026, el panorama no parece más alentador. El Gobierno Nacional ha manifestado su intención de fijar un incremento del salario mínimo por encima de la inflación que, según el Banco de la República, cerraría alrededor del 5,5 %. Por ello, varios analistas anticipan una discusión en torno al 9%. A esto se suman los efectos de la reforma laboral (Ley 2466 de 2025), vigente desde el 25 de junio, y del nuevo proyecto de reforma tributaria (Proyecto de Ley 283 de 2025 C), que busca incrementar la carga fiscal sobre las personas naturales. Todos estos factores auguran un aumento importante en los costos laborales y de vida.

Ante este escenario, la pregunta es inevitable: ¿cómo enfrentar este desafío sin poner en riesgo la estabilidad de la empresa ni la felicidad del trabajador? La respuesta no está en elegir entre uno u otro, sino en encontrar un punto de equilibrio. Para lograrlo, se requiere creatividad, flexibilidad y, sobre todo, cuestionar una idea profundamente arraigada: el salario no es lo mismo que la remuneración. El salario representa solo una parte de lo que el empleado recibe; la remuneración, en cambio, abarca todos aquellos elementos que contribuyen a su bienestar integral y a su calidad de vida.

Desde una perspectiva fiscal y laboral, existen mecanismos legítimos para optimizar la compensación que, además de ser un gasto deducible para las empresas, no representa ingreso gravado para el trabajador. En otras palabras, son alternativas legales de remuneración que permiten reducir la carga tributaria de la empresa, no aumentan la del empleado, y elevan sus niveles de satisfacción. Eso sí, su implementación debe ser cuidadosa y planificada para lograr los efectos deseados, y no derive en un pago en especie.

Dentro de estos esquemas de flexibilización pueden incluirse importantes auxilios relacionados con salud (planes de medicina prepagada o complementaria), alimentación, educación (colegio, universidad y posgrados), aportes voluntarios a fondos de pensiones, contribuciones a planes institucionales de retiro, la provisión de herramientas de trabajo (como equipos móviles, planes de telefonía, vehículos, capacitaciones, afiliaciones gremiales o clubes sociales), entre otros.

Por estas razones, sí es posible que empresarios y trabajadores ganen juntos, incluso en un escenario económico exigente como el que se avecina para 2026. La clave está en planificar con anticipación y aprovechar de manera estratégica los instrumentos legales disponibles para equilibrar los intereses de ambas partes. Una política salarial inteligente no es un gasto, es una inversión en la estabilidad y el futuro de la empresa.

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