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Columna

Tolerancia

“Ha optado por tolerar lo intolerable, manipulándolo para perpetuarse en el poder: la corrupción rampante enquistada...”.

CARMELO DUEÑAS CASTELL

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Nuestro organismo, por un mecanismo perverso, produce células que pueden dañarlo y, en ocasiones, destruirlo dolorosamente. Durante mucho tiempo la ciencia creyó que dichas células eran destruidas por un mecanismo denominado tolerancia central.

Hace 30 años, trabajando la Universidad de Osaka, en Japón, Shimon Sakaguchi descubrió que esa labor de defensa la ejercían miles de millones de células inmunes. A eso se le llamó tolerancia periférica. Poco tiempo después, Mary Brunkow y Fred Ramsdell en el Celltech Chiroscience, estudiando ratones que padecían de una rarísima enfermedad autoinmune, descubrieron que una mutación en el gen Foxp3 era la culpable de tal enfermedad que dañaba la piel de los ratoncitos.

Años más tarde, Sakaguchi integró los dos descubrimientos demostrando que el gen Foxp3 controla las células T para que puedan proteger nuestro organismo, reconociendo nuestras propias células y tolerándolas para evitar que cuando producimos respuestas destructivas contra virus, bacterias y otros agresores terminemos, de paso, lesionando y matando a nuestro propio organismo.

Hoy no existe ser humano que no se haya beneficiado de tales descubrimientos que son la base para el desarrollo de medicamentos para el cáncer, para enfermedades autoinmunes como la artritis y muchas otras, para la producción de vacunas y para regular y permitir que los trasplantes de órganos funcionen y no sean rechazados por nuestros sistemas de defensa. Y eso pensaron los miembros de la Fundación Nobel para otorgarles el premio de medicina de este año. La tolerancia funciona a todo nivel.

En la vida diaria nos toca definir hasta dónde tolerar nuestros fracasos y defectos mientras corregimos los segundos y nos reponemos de los primeros al tiempo que hacemos algo similar con el prójimo. En el Estado pasan cosas similares. Tengo para mí que, en nuestro país, especialmente de un tiempo a esta parte, la tolerancia periférica ha dejado de existir mientras que la tolerancia central desde las mismas alturas de ofuscados gobernantes funciona al revés.

Esto es, el Gobierno, en su bien intencionado intento de lograr la paz y corregir vergonzantes injusticias sociales que pululan por doquier, ha perdido el norte decidiendo no tolerar a la mitad de la sociedad y culparla de todo, quitándole capacidad de respuesta al Ejército y la Policía. En paralelo ha optado por tolerar lo intolerable, manipulándolo para perpetuarse en el poder: la corrupción rampante enquistada en sus mismas filas, el crimen organizado, la violencia y el caos en todas sus formas y la estupidez autodestructiva de la oposición. Lo decía el de la montaña: “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”.

*Profesor en la Universidad de Cartagena.

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