La historia colombiana es todo un conjunto de fluctuaciones de largo trecho aletargado entre sí, acontecimientos dramáticos, violentos, trágicos, esperanzadores, pero siempre tan permanentes que han permeado el espíritu de nuestro pueblo haciéndolo recursivo, resistente e incluso impávido ante el peligro cotidiano. Acontecimientos tan crudos como las tomas guerrilleras o la explosión de bombas, los cuales serían noticia extraordinaria en otras naciones, en nuestro país son parte del repertorio periodístico del día a día y todos las escuchamos con aparente normalidad.
Sin embargo, ante el recrudecimiento de la guerra, el colombiano siente cuando las cosas están empeorando. Sí, porque no está bien la violencia perenne, pero está aún peor que a los bandidos se les vea avanzar y no se les vea sometidos, que se les vea triunfantes y no avergonzados. Paz total, le llaman. Ese ha sido el resumen de los últimos años en el país, años atravesados además por la pandemia, la delicada crisis económica, los escándalos, la negligencia, el clientelismo, el nepotismo y la corrupción, años en que los grupos armados se han fortalecido con nuevas tecnologías mientras el ejército, símbolo de la institucionalidad, la ley y el orden, es vituperado por congresistas, influenciadores y masas manipuladas.
Estos años de erosión moral, del ofuscamiento de los más elementales principios cardinales del cristianismo, del aumento del aturdidor sonido de los fusiles, del incremento de las cifras de desaparecidos, asesinados y desplazados, que ya de por sí son las más altas en Hispanoamérica, y de la siembra de cizaña sobre las instituciones, al conservatismo el destino vuelve a tenderle un papel heroico, que a causa de su larguísima historia cimentada en las más nobles y fundamentales ideas, no merece otro partido o movimiento esta encomienda.
Para 1849 uno de nuestros más linajudos e insignes patriotas, don José Eusebio Caro, se convirtió en cofundador del Partido Conservador y en él dejó impregnada la huella de su faro interno. Don Silvio Villegas diría que “Caro fue un poeta filósofo, y lo fue, si es cierto, como pensaba Pascal, que no es por la razón sino por el corazón como conocemos los primeros principios”. El orden, la autoridad, las jerarquías y el bien como antípoda del mal, son verdades eternas que llevamos grabadas en nuestros corazones, con letras de oro, como seres humanos que convivimos en sociedad; de allí radica la incertidumbre por la situación actual del país, pues estos pilares corren peligro. Son de la misma forma estas verdades reflejo de un fuero interno propio de los miembros del partido y de quienes han sido ungidos como pastores de pueblos desde las filas godas.
Dado el momento político y social, quien sea que ose ser candidato presidencial conservador y de quien repose sobre las sienes la corona de laureles, ha de encarar la realidad de nuestra patria con toda la doctrina que contiene la historia de la colectividad. Ha de adoptar el gesto cristiano y estoico, la actitud severa, inflexible, aquella que no capitula con la iniquidad ni con el vicio, esa que prefiere el destierro a aceptar la injusticia de sus adversarios, como diría Villegas del nimbado Caro. Pocas veces ha sido tan claro el sendero para el conservatismo, oramos para que se tome la oportunidad fugaz.