La ciudad está de luto. Tres jóvenes perdieron la vida en un siniestro vial tan doloroso como absurdo y duele profundamente pensar que tantos sueños se hayan apagado de golpe por una actividad ilegal y temeraria que jamás debió ocurrir.
El lamentable episodio ocurrió durante unos piques ilegales de motocicletas en las afueras de la ciudad. A alta velocidad, un motociclista perdió el control y arrolló a dos personas, provocando el desenlace trágico. No es la primera vez que se aprovechan vías desiertas para hacer carreras, emulando escenas de película sin medir las consecuencias. Pero la vida real no es Rápido y Furioso, aquí no hay dobles de riesgo, ni segundas tomas, solo dolor real e irreparable.
Y es que, seamos sinceros, es imposible tener un policía por cada vehículo o persona imprudente. Las autoridades realizan operativos, pero los organizadores siempre se las ingenian para evadirlos. Ni multiplicando los agentes se lograría impedir que hechos así se repitan, porque hay conductas que, si alguien está empeñado en realizarlas, resultan prácticamente suicidas y de imposible prevención. La verdadera vigilancia debe venir de adentro, de nuestra propia conciencia e inteligencia vial y de la prudencia personal que nos hace entender que no vale la pena arriesgar la vida propia y ajena.
No busquemos culpables en las autoridades. Quienes organizan y protagonizan estos eventos aprovechan cualquier resquicio, eligen horarios y lugares donde la presencia de la policía es mínima para burlar controles. Pretender que el Estado nos cuide de todos nuestros actos imprudentes es ilusorio. De lo contrario, estaríamos habilitados para decir “no había un policía que me impidiera coger una moto y estrellarme contra el mundo”.
Indigna ver que estos “espectáculos” aventurados tengan un nutrido público que aplaude desde los peligrosos separadores de las avenidas que usan como improvisados palcos, tal fiesta de la acción y aventura. Celebrar conductas que ponen vidas en riesgo es una insensatez mayúscula. No hay adrenalina ni diversión que justifique aplaudir y con ello motivar faenas que puede destrozar vidas, e incluso, familias en minutos.
Esta tragedia nos deja varias lecciones. Por un lado, que la vida es frágil y no admite actitudes de esta naturaleza, ni piques ilegales, ni retos virales absurdos y, por el otro, que la responsabilidad vial recae, ante todo, en cada uno de nosotros. Podemos y debemos exigir mejores controles e infraestructura segura, pero nada reemplaza la autorregulación y el sentido común. Hoy lamentamos la pérdida de tres jóvenes, pero esa tristeza viene acompañada de frustración. Que su muerte no sea en vano, sino que nos lleve a reflexionar y rechazar la glorificación de la imprudencia.
Porque solo cuando entendamos que somos el custodio de nuestra propia seguridad quizá evitaremos que tragedias así se repitan.
*Abogado.