La semana pasada llegó a su destino la flotilla de diminutos barcos privados que, llevando algo de ayuda humanitaria y mucho de activistas propalestinos, salió de Barcelona, recorrió todo el Mediterráneo y alcanzó aguas controladas por Israel para ser abordada por comandos de su armada, que detuvieron a los activistas y abortaron el viaje. El mismo día del abordaje se organizaron en toda Europa manifestaciones a favor de la flotilla y en contra de Israel. Miles de personas en Madrid, en Barcelona, en decenas de otras ciudades, salieron a las calles para protestar. Mi universidad amaneció bloqueada por alumnos (hemos de suponer que eran alumnos, porque iban encapuchados -típica imagen de los demócratas) que impidieron la docencia y causaron cierto caos.
Lo que más me llamó la atención de todo este episodio es que estas protestas ciudadanas fueron quizá las más numerosas de los últimos meses. Meses durante los cuales el ejército de Israel ha machacado Gaza matando a millares de personas. Y durante todo ese tiempo nadie se manifestó con tantas ganas como la semana pasada. Nadie hizo huelga en las universidades y las bloqueó. O sea, que miles de muertos no remueven las tripas de las multitudes, pero detienen a un grupo de activistas profesionales tipo Greta Thunberg y la exalcaldesa de Barcelona Ada Colau (cuyas expectativas electorales han subido en paralelo a sus videos y selfies desde la flotilla) y se arma la de Dios.
Quizá es que la detención de la flotilla fuese la gota que colmó el vaso. Quizá es que los europeos nos identificamos más con una adolescente sueca y una excaldesa barcelonesa sin estudios conocidos, pero con infinita conciencia social (sin duda, sin duda), que con un montón de niños reducidos a carne picada. A causa de esa mayor identificación aguantamos en casita, muy indignados, pero en casita, la matanza, pero que detengan a unos cuantos ociosos nos enerva hasta el paroxismo. La verdad, no acabo de entender la reacción popular ante algo objetivamente tan irrelevante como lo de la flotilla, cuando al lado hay un desastre humanitario monumental. Algunos dicen que es narcisismo europeo. Otros que la emotividad descontrolada de las sociedades del presente. Quizá sea simplemente lo que parece: manipulación política por parte de algunos partidos de izquierdas. Yo cada día pienso más que la explicación es que nos estamos volviendo idiotas. Muy idiotas. Idiotas por encima de nuestras posibilidades.