Desde hace varios años, en momentos de preguntas intensas a la vida, me vienen al pensamiento los ritmos y la letra de la canción “Violencia”, de José Barros, popular a finales del siglo XX. Te invito a buscarla en internet y escucharla en cualquiera de sus versiones con recogimiento meditativo. Nos ubica en el corazón de este momento histórico señalando que hay un llanto que atraviesa el espacio para llegar a Dios, recordando que la violencia no permite que reine la paz, que reine el amor. Y ese llanto es el llanto de Dios. Los niños, los jóvenes y los viejos de Gaza, de Sudán, de Ucrania, del sur de Bolívar, del sur de Nariño, de los Montes de María, siguen derramando su sangre en brazos de las madres que tiemblan con desesperación. Y ese llanto y ese temblor son llantos y temblores de Dios.
En los últimos días hemos escuchado y visto a través de los medios de comunicación las expresiones de dirigentes de diversos pueblos del mundo constatando el fracaso y la impotencia de los organismos mundiales para detener genocidios y destrucciones sin misericordia en esta tierra de Dios, teñida de sangre. Y nos preguntamos igualmente con el cantor: “Violencia, ¿por qué no permites que reine la paz, que reine el amor?”. Y lo peor que nos puede suceder es polarizarnos hacia un bando o el otro repitiendo como loros lo que los dueños de los medios nos incitan a defender acorde con sus intereses de capital y poder.
El cristiano no contemporiza con ninguna manera de pensar o actuar que justifique la violencia y el genocidio, está llamado ser crítico de toda manipulación de la verdad que niegue a unos pueblos a tener su tierra y vivir en libertad y armonía siendo artífices de su propio destino y no el que le señalen los países del poder de las armas y el dinero inmisericorde para con las mayorías empobrecidas de la humanidad. Y Dios sigue allí, hablando por boca de los profetas y profetizas de hoy que no se venden ni dejan sobornar por ideologías justificadoras del derecho a matar. Ninguna guerra es justa, señaló con claridad el papa Francisco y lo viene ratificando en sus múltiples intervenciones el papa León.
Seamos de los que escuchamos el llanto de Dios que atraviesa el espacio, no dando cabida a la violencia en nuestras vidas buscando, desde la intimidad del hogar hasta nuestra vivencia de país y de humanidad, la paz que nos viene del Cristo que nos deja la paz, no como la de los dueños criminales de este mundo, sino la que “sobrepasa todo entendimiento y guardará nuestros corazones en Cristo Jesús” (Filipenses 4,7). Que en los campos de nuestras vidas nazca nueva floración, que no dejemos anidar en ellas el rencor y el deseo de venganza, la competencia y la maldad. Más allá de las palabras y las buenas intenciones; para que reine la paz, seamos de aquellos que queremos enjugar el rostro de Dios violentado.
*Teólogo Salvatoriano.