Partimos de Roma en tren hasta llegar a la ciudad de Florencia, nos dirigimos a la Catedral de Santa María de Fiore. Era primavera, y la primera vez que visitábamos la capital de la Toscana. Al llegar a la basílica, admiré el Duomo, ante la portentosa obra artística, una emoción indescriptible me invadió y lágrimas sin tristeza brotaron. El Juicio Final pintado en lo alto del templo es una forma de recordar que la justicia divina está por encima de todo, vigilando desde el cielo.

La deuda que Cartagena no puede seguir postergando
ARMANDO CÓRDOBAFrente al Duomo, donde el mármol canta y la cúpula de Brunelleschi vigila el cielo, se alzan dos hojas de bronce, son las del Baptisterio de San Giovanni, las llaman Puertas del Paraíso y aunque nadie cruza por ellas, todos las contemplan como si al hacerlo se acercaran a algo eterno. Obra de Lorenzo Ghiberti, estas puertas tardaron 27 años en completarse. Sus relieves dorados, representan divinas escenas bíblicas: Adán y Eva, Noé, Moisés, Salomón… cada figura parece moverse en silencio, atrapada en el tiempo.
Estas puertas no se abren, son un umbral simbólico, un recordatorio de que el paraíso no se alcanza por la fuerza, sino mediante la virtud y el trabajo honesto. Florencia, en su sabiduría, entendió que el arte no es solo para cruzar, sino para detenerse y reflexionar. Posteriormente nos dirigimos hacia el valle, donde mansiones renacentistas con sus viñedos de patio constituyen un paisaje bucólico que inspira una sensación mágica que atrae al visitante, quitándole los deseos de marcharse. “Quisiera vivir aquí”, dijo una parte de mi personalidad y me he quedado viviendo allí en mi imaginación.
Súbitamente hace pocas semanas se rompió esa magia, recibí una noticia inquietante de un pariente nativo de Florencia: del parque zoológico Giardino di Pistoia, se había escapado un tigre. A Abelardo, un tigre de gran fuerza e inteligencia, no lo encontraban por ninguna parte; dijeron que había partido. Aquí, en Colombia, ante mucha gente sorprendida, el Tigre comenzó a subir vertiginosamente ante la opinión pública.
Hace tiempo que esperábamos a un líder de carácter, sin vínculos políticos tradicionales, pero con el suficiente valor, coraje, inteligencia, sabiduría y la energía necesaria para recuperar este país asolado y devastado por la corrupción y la inseguridad. Todos los colombianos, sin distingo alguno, estamos sobreviviendo a la catástrofe económica y al deterioro injustificado del sistema de salud.
Abelardo “el Tigre De la Espriella” encarna esa esperanza, tiene detractores, pero, “Sancho, ladran los perros, luego cabalgamos”, dijo El Quijote de la Mancha. Conocemos todas las trampas, marrullas y movidas chuecas de las que se han valido para llevarnos al desastre, quienes anhelamos ver a nuestra patria grande, respetada y libre, esta vez no las vamos a permitir. ¡Avanti, Tigre!