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Columna

Enemigos políticos

“En democracia no hay enemigos, hay rivales. Dentro del modelo democrático, las diferentes opciones políticas…”.

Alfredo Ramírez Nárdiz

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En democracia no hay enemigos, hay rivales. Dentro del modelo democrático, las diferentes opciones políticas que se presentan a las elecciones, que aceptan el marco constitucional y que asumen el Estado de Derecho, la separación de poderes, la garantía de derechos y el pluralismo, no conciben a sus competidores por el poder como enemigos a los que odiar, sino como rivales a los que derrotar pacíficamente si los ciudadanos así lo deciden con su voto. Rivales a los que posteriormente habrá que respetar y, si son minoría, proteger especialmente y asegurar su derecho a expresarse y a mantenerse en la competición política de cara a futuras elecciones.

Dicho esto, me permito citar a Trump en el funeral de Charlie Kirk de la semana pasada: “Yo odio a mis oponentes y no quiero lo mejor para ellos, lo siento”. En su intervención en el funeral del asesinado activista, Trump dijo que Kirk no odiaba a sus oponentes y que quería lo mejor para ellos, pero que él, Trump, sí odiaba a sus oponentes y no quería lo mejor para ellos. ¿Es este discurso propio de un gobernante de una república democrática? No, no lo es. Es el discurso de un bárbaro. Es el discurso de alguien que ni entiende, ni probablemente le importa en qué consiste un sistema de convivencia democrático. Sus palabras son la intolerancia que precede a la violencia. Quizá no la de él, pero sí la de quienes mataron a Kirk, o la de quienes trataron de matar al propio Trump en la campaña electoral, o la de cualquier otro, de uno y otro extremo político, que llegue a la conclusión de que la violencia es un camino lícito para lograr los objetivos políticos personales.

No lo es. Nunca lo es. Bajo ningún concepto y con ninguna excusa. La violencia no es el camino. Y la intolerancia y el odio al otro son el primer paso para llegar a la violencia. Un líder político que se expresa en los términos de Trump queda moralmente desautorizado y, si tuviese el más lejano atisbo de decencia, debería dimitir inmediatamente. Los gobernantes están para administrar lo mejor posible la cosa pública, no para enfrentarnos y fomentar nuestros peores sentimientos, el odio y el miedo. Trump, y tantos otros, viven de polarizar, enfrentar y fomentar lo peor de los ciudadanos. Después la gente es asesinada. O vienen las guerras. O simplemente el autoritarismo. Y muere la democracia. No se puede tolerar.

Corresponde a los estadounidenses no volver a votar a Trump, pero nos corresponde a nosotros no aceptar ‘trumps’ en nuestro propio país.

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