Estamos invitados a la vida eterna con Dios, una vida que comienza ya en esta tierra cuando nos unimos a Cristo, acogemos sus enseñanzas y vivimos conforme a ellas. Jesús nos llama, nos perdona siempre y nos invita a ser agradecidos por los dones, talentos, carismas y recursos —físicos, mentales, emocionales y sobre todo espirituales— que hemos recibido, y nos pide multiplicarlos poniéndolos al servicio de los demás.

Lo que falta en la Ley de Competencias
Mauricio Cabrera GalvisNo podemos permanecer indiferentes ante las necesidades de quienes nos rodean. Lo que nos edifica como personas llamadas a la plenitud es precisamente nuestra capacidad de entrega, de servir para el bien de otros y, en consecuencia, también para nuestro propio bien.
El mundo clama por solidaridad, amor y sensibilidad frente a tantas carencias. A quien más se le ha confiado, mayor responsabilidad tiene en la construcción de un mundo más justo y fraterno, donde brillen la paz y el amor.
Dios nos recuerda las siete obras de misericordia corporales y espirituales, que son la puerta de entrada a su Reino eterno. No podemos desentendernos de la búsqueda de soluciones a los males que aquejan a nuestra sociedad: la falta de respeto a la vida, la ausencia de oportunidades, los antivalores, la indiferencia frente al sufrimiento. Cada uno de nosotros está llamado a ponerse la mano en el corazón y preguntarse: ¿qué más puedo hacer por las personas que encuentro en mi camino? ¿Cómo puedo ayudar a construir respuestas de fondo a los desafíos que enfrentamos?
Los frutos son maravillosos cuando las personas y las comunidades son acompañadas con amor y solidaridad para superar sus necesidades y alcanzar sus propias aspiraciones.
Las lecturas de hoy* nos hacen un llamado de atención: no podemos centrarnos únicamente en nuestro propio bienestar e insensibilizarnos ante el dolor ajeno. El Salmo y San Pablo nos invitan a dar lo mejor de nosotros apoyados en la fe, la gratitud y la humildad, reconociendo que todo lo bueno viene de Dios, y que nos compromete a usarlo para el bien común.
Jesús nos mostró el camino: puso todo su ser al servicio de los demás, promoviendo la dignidad humana. Hizo de pescadores sencillos discípulos y misioneros. A Mateo, el publicano que explotaba a los otros, lo llamó a poner sus talentos al servicio del Reino. Transformó al rico Zaqueo, liberándolo del robo y convirtiéndolo en servidor alegre y testimonio de conversión. Enseñó, sanó y liberó a muchos. Y, sobre todo, renunció a sus prerrogativas divinas para entregarse plenamente a nosotros: su vida, su alma, su divinidad, para llevarnos junto a Él. Nos envió su Espíritu Santo para que nos guíe y acompañe.
“Alaba, alma mía, al Señor; reconoce los bienes que Dios te ha regalado y, con gratitud, ponlos al servicio de Él en los demás”.
*Am 6, 1ª.4-7; Sal 145; Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31.