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Columna

De la gratitud al servicio

“Jesús nos mostró el camino: puso todo su ser al servicio de los demás, promoviendo la dignidad humana...”.

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

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Estamos invitados a la vida eterna con Dios, una vida que comienza ya en esta tierra cuando nos unimos a Cristo, acogemos sus enseñanzas y vivimos conforme a ellas. Jesús nos llama, nos perdona siempre y nos invita a ser agradecidos por los dones, talentos, carismas y recursos —físicos, mentales, emocionales y sobre todo espirituales— que hemos recibido, y nos pide multiplicarlos poniéndolos al servicio de los demás.

No podemos permanecer indiferentes ante las necesidades de quienes nos rodean. Lo que nos edifica como personas llamadas a la plenitud es precisamente nuestra capacidad de entrega, de servir para el bien de otros y, en consecuencia, también para nuestro propio bien.

El mundo clama por solidaridad, amor y sensibilidad frente a tantas carencias. A quien más se le ha confiado, mayor responsabilidad tiene en la construcción de un mundo más justo y fraterno, donde brillen la paz y el amor.

Dios nos recuerda las siete obras de misericordia corporales y espirituales, que son la puerta de entrada a su Reino eterno. No podemos desentendernos de la búsqueda de soluciones a los males que aquejan a nuestra sociedad: la falta de respeto a la vida, la ausencia de oportunidades, los antivalores, la indiferencia frente al sufrimiento. Cada uno de nosotros está llamado a ponerse la mano en el corazón y preguntarse: ¿qué más puedo hacer por las personas que encuentro en mi camino? ¿Cómo puedo ayudar a construir respuestas de fondo a los desafíos que enfrentamos?

Los frutos son maravillosos cuando las personas y las comunidades son acompañadas con amor y solidaridad para superar sus necesidades y alcanzar sus propias aspiraciones.

Las lecturas de hoy* nos hacen un llamado de atención: no podemos centrarnos únicamente en nuestro propio bienestar e insensibilizarnos ante el dolor ajeno. El Salmo y San Pablo nos invitan a dar lo mejor de nosotros apoyados en la fe, la gratitud y la humildad, reconociendo que todo lo bueno viene de Dios, y que nos compromete a usarlo para el bien común.

Jesús nos mostró el camino: puso todo su ser al servicio de los demás, promoviendo la dignidad humana. Hizo de pescadores sencillos discípulos y misioneros. A Mateo, el publicano que explotaba a los otros, lo llamó a poner sus talentos al servicio del Reino. Transformó al rico Zaqueo, liberándolo del robo y convirtiéndolo en servidor alegre y testimonio de conversión. Enseñó, sanó y liberó a muchos. Y, sobre todo, renunció a sus prerrogativas divinas para entregarse plenamente a nosotros: su vida, su alma, su divinidad, para llevarnos junto a Él. Nos envió su Espíritu Santo para que nos guíe y acompañe.

“Alaba, alma mía, al Señor; reconoce los bienes que Dios te ha regalado y, con gratitud, ponlos al servicio de Él en los demás”.

*Am 6, 1ª.4-7; Sal 145; Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31.

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