En el fastuoso foyer del Ateneo Rumano de Bucarest, un grupo de admiradores se reúne alrededor del maestro, quien conserva su prestancia leonina a pesar de los años: “Han facilitado una mediocridad sin talento, que un intrigante como ningún otro acabase determinando la evolución artística de Rumanía, uno de los pueblos más talentosos que conozco. ¿Pero cómo se lo tragaron? ¡Todos tienen una enorme culpa de la mediocre situación artística en la que se hallan!”. Así se despachaba Sergiu Celibidache en contra de su colega Mihai Brediceanu en 1990 —poco después de caer el régimen de Ceauşescu—, volviendo de un largo exilio en el que evitó el repertorio nacionalista para interpretar música absoluta, con singular énfasis en la obra de Bruckner, ya no de patria terrenal sino celestial.
La Securitate —la temida policía secreta— monitoreaba a Celibidache al menos desde 1951, habiéndole asignado el nombre en clave de “Kolb”. Luego se buscó un acercamiento con el maestro para su instrumentalización política: músicos afines al régimen tentaron su fibra patriótica enviándole partituras sinfónicas rumanas de corte costumbrista, que él consideró obras menores y descartó. Hasta se recurrió a miembros de su familia para convencerlo de una eventual repatriación. Desde 1964, Celibidache condicionaría su regreso a la posibilidad de fundar una escuela superior de música bajo preceptos universalistas, pero la intelligentsia musical afín al régimen no quiso ver expuestas sus trampas y falencias, impidiéndolo con vehemencia.
A su llegada tras la dictadura, el maestro lamentó que Brediceanu y sus adeptos hubiesen ahogado el talento rumano en un nacionalismo hueco. Denunció que el concepto de tradición es ambiguo y que elude definir la cualidad experiencial, transitoria y fenomenológica de la música. El originalísimo Carl Nielsen, prominente compositor danés, escribía en 1925: “No hay nada que destruya más el arte que el nacionalismo o el formalismo religioso. El patriotismo es el último recurso del sinvergüenza, y es imposible hacer música nacionalista por encargo. Quien lo intente no es un artista sino un sastre remendón”. Nacido en un hogar humilde inmerso en música folclórica, la trascendió para dejar su propia impronta en obras universales como la asombrosa 4a Sinfonía, llamada ‘Inextinguible’ como “la fuerza vital”.
Ese tipo de legado es uno del que el Caribe colombiano adolece hoy en la oficialidad, pues existe voluntad política para omitir gestos artísticos cargados de mayor metafísica que la simple estilización costumbrista, cosa en lo cual ya parecemos Brediceanu. Hay constancia de músicas que no suelen sonar en Cartagena, por cuenta de algún Ceauşescu criollo y de su urdimbre. Surge y urge la misma pregunta que realizó Celibidache, asimismo titular de esta columna.