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Columna

En defensa de un legado universal

“Se alza la voz de la familia del caudillo, liderada por su hija Gloria Gaitán, quien ha calificado la designación como una ofensa profunda e irreparable...”.

Ricardo Giraldo Cifuentes

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La reciente decisión del gobierno colombiano de reconocer la autodenominación del “Ejército Gaitanista de Colombia” e iniciar conversaciones socio jurídicas, tendientes a un proceso de paz con este grupo, ha desatado una tormenta que va más allá de la semántica, ha reabierto una herida profunda en la memoria colectiva del país, planteando un cuestionamiento respecto de a quién le pertenece el legado de Jorge Eliécer Gaitán. La respuesta, evidentemente no es simple, pues revela las complejas y a menudo contradictorias corrientes que recorren la historia y la identidad de Colombia.

Por un lado, se alza la voz de la familia del caudillo, liderada por su hija Gloria Gaitán, quien ha calificado la designación como una ofensa profunda e irreparable. Para ellos y para muchos que veneran la figura de Gaitán, su nombre es sinónimo de democracia, resistencia pacífica y de la voz del pueblo. Por lo que, en su criterio, asociarlo con un grupo armado ilegal, presuntamente responsable de incontables actos de violencia, es perpetrar un memoricidio sistemático que pervierte el núcleo de su lucha.

A esas voces se unió la columnista de El Universal María Carolina Cárdenas Ramos, al sostener el 13 de septiembre de 2025 que Gaitán fue un “líder civilista que creyó en la fuerza de la movilización popular y pacífica”, cuyos discursos, “aunque vehementes, nunca guerreristas, apelaban a la conciencia y a la organización democrática del pueblo”. Desde esta perspectiva, la acción del gobierno no es una simple formalidad, sino un acto de legitimación que “entierra la memoria del caudillo, permitiendo que su buen nombre se vincule con el crimen organizado”.

Sin embargo, en la otra orilla del debate, emerge una perspectiva radicalmente distinta, enfocada a que los legados de figuras históricas de la talla de Gaitán no son propiedad privada, ni siquiera de sus herederos. Eso ya le pertenece a la humanidad, porque es una línea de pensamiento con la que cualquiera puede sentirse afín. Desde este punto de vista, Gaitán trascendió las fronteras de su propia familia y de su tiempo para convertirse en un símbolo, un patrimonio de la humanidad con el que cualquiera puede matricularse. Él mismo sentenció “yo no soy un hombre soy un pueblo”. Por lo tanto, ese nombre es del pueblo, de la humanidad y no de nadie en específico.

La idea central es que el espíritu gaitanista de revolución y protección de las bases populares, es una ideología que puede ser enarbolada por cualquiera que se identifique con ella, de la misma manera que hoy existen “petristas” o “uribistas”. Al mismo tiempo, es innegable que las figuras históricas se convierten en símbolos que escapan al control de sus creadores. El “gaitanismo”, como el “bolivarianismo” o el “marxismo”, ha sido y será objeto de múltiples interpretaciones y apropiaciones, como es el caso del Ejército Gaitanista de Colombia el cual merece un análisis más matizado que el simple rechazo moral.

Con independencia de las críticas que pueda tener el grupo, que son válidas y respetables, las cosas son lo que son y no lo que se afirma o se niegue de ellas, ellos tienen una causa que defienden. Más importante aún, aceptan que están temporalmente en la ilicitud, pero respetan las instituciones legalmente constituidas y se declaran afines con las ideas primarias del gaitanismo.

Esta declaración de principios no puede ser desestimada a la ligera, sobre todo porque el principal fin de su existencia es el rechazo a los partidos políticos tradicionales y al poco cuidado del Estado con respecto a las comunidades y territorios abandonados. Esta denuncia era precisamente una de las cosas que reclamaba el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, es decir, comparten el mismo el mismo criterio respecto de la necesidad de que el Estado llegara efectivamente a todos los rincones del territorio nacional y garantizara los derechos fundamentales de todas las comunidades.

Por otro lado, Gaitán, al final de sus tiempos, aunque mantuvo un espíritu y una filosofía liberal, no fue ni liberal ni conservador en el sentido partidista tradicional. Manifestó una oposición revolucionaria en contra del sistema partidista, denunciando que tanto uno como otro camino ideológico terminaban lacerando los intereses primarios del pueblo. El espíritu gaitanista fue, en esencia, de la revolución, de la protección de la base de la comunidad del pueblo. Esta es una ideología que trasciende las fronteras partidistas y que puede ser reclamada legítimamente por cualquier grupo que se identifique con la defensa de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Por eso las críticas frente al reconocimiento que ha hecho el Estado, parte de una visión estática de la memoria histórica que no reconoce la naturaleza dinámica de los legados políticos. Cuando argumenta que el Estado no tiene un deber jurídico de reconocer el nombre que un grupo se atribuye, pasa por alto que el reconocimiento oficial no implica legitimación de todas las acciones del grupo, sino el reconocimiento de una realidad política y territorial que debe ser abordada a través del diálogo y la negociación.

Entonces el verdadero dilema no es si un grupo armado puede o no autodenominarse “gaitanista”, sino si sus acciones y propósitos se alinean genuinamente con los principios que dice defender.

En el caso del Ejército Gaitanista de Colombia, su disposición a participar en conversaciones de paz, su reconocimiento de la legitimidad de las instituciones estatales y su identificación con las causas históricas del abandono estatal, sugieren una apropiación del legado gaitanista que, aunque controvertida, no carece de fundamento ideológico.

La familia Gaitán tiene todo el derecho a expresar su desacuerdo y su dolor. Sin embargo, no puede reclamar propiedad exclusiva sobre un nombre que, como el propio caudillo proclamó, pertenece al pueblo. La grandeza de Jorge Eliécer radica precisamente en que su pensamiento trascendió las limitaciones de su tiempo y de su familia para convertirse en una bandera de lucha por la justicia social que puede ser enarbolada por cualquiera que comparta sus ideales fundamentales.

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