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Columna

Paz esquiva

“Paradójicamente, el acuerdo dividió una vez más el país. Unos aplaudían, otros maldecían…”.

Eduardo García Martínez

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El 26 de septiembre de 2016 Colombia y buena parte del mundo fijaron sus ojos en Cartagena. No miraban las murallas, ni los fuertes y castillos, tampoco sus atardeceres de ensueño ni la pobreza regada por gran parte del territorio de la ciudad. Ese día la atención estaba puesta en lo que sería la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia /Farc/. Era un momento crucial. La más antigua organización subversiva del mundo dejaba atrás décadas de violento accionar contra el Estado y muy frecuentemente la sociedad civil, dejando las armas y su legendaria consigna de tomarse en poder por las armas.

Paradójicamente, el acuerdo dividió una vez más el país. Unos aplaudían, otros maldecían. Durante el restante gobierno de Santos se impulsaron las políticas encaminadas a perfeccionar los mecanismos que garantizarían los beneficios para quienes dejaban las armas y se integraban a la sociedad. Una parte de la guerrilla de las Farc desconoció lo pactado y volvió a las andanzas de la guerra. Allá sigue. Ahora más fiera que nunca.

El próximo viernes, entonces, se cumplirán nueve años de aquel momento memorable en el que buena parte de los colombianos miraba con esperanza el porvenir. Pensaba que los tortuosos senderos de la violencia quedarían en el pasado. No ha sido así. La violencia, que disminuyó en un principio después del acuerdo, retomó sus bríos y sigue atormentando a un país que parece condenado a la muerte perversa por siempre.

Durante el gobierno del presidente Iván Duque, sucesor de Santos, se hizo todo lo posible por “hacer trizas el Acuerdo de Paz”. Se logró en buena medida. Colombia siguió patinando en el lodazal de la violencia y esa realidad perversa no cesa sino que se acrecienta. El gobierno del presidente Gustavo Petro planteó una Paz Total, convocando a todos los actores de la guerra a un compromiso genuino en búsqueda de la concordia. Su llamado no solo incluía a la guerrilla de siempre, Eln y Farc, sino a nuevos actores armados no reconocidos como rebeldes, entre ellos el Clan del Golfo.

Esta bandera política de Petro se ha dado de narices con la cruda realidad. El mismo presidente sostiene que todos los actores del conflicto colombiano actual están permeados por el narcotráfico. De ahí provienen los recursos para continuar la guerra. Lo cierto es que, a pesar de todos los esfuerzos, no hay luz al final del túnel. Con tanta plata en juego, la paz seguirá siendo una quimera.

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