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Columna

“Estás en tu Yeré”

“La palabra ‘yeré’ es una joya lingüística del costeñol que, según dicen, viene de lenguas africanas traídas por los esclavos...”.

César Angulo Arrieta

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Con la llegada del mes de octubre, la casa se impregnaba de un perfume especial: calor, ventolera y ese misterio alegre propio de la brisa costera. Así era cuando mi aya, mi abuela de crianza, Dilia, apodada con cariño como Dililí, se ponía en modo “alerta de bre”. Siempre que el calendario empezaba a marcar esos meses, me repetía: “Mijito, estás en tu yeré”. Esa frase era el eco más dulce de la sabiduría costeña, casi un conjuro protector sazonado con ron y sal de mar. La palabra “yeré” es una joya lingüística del costeñol que, según dicen, viene de lenguas africanas traídas por los esclavos en la época colonial. Hay quien afirma que proviene del “yere” en wolof, de Senegal, que significa “ropa”, pero en boca de Dililí “yeré” quería decir felicidad, plenitud, berroche puro en los últimos meses del año. “Cuídate en estos meses, que te quiero mucho”, era su recomendación de siempre.

La historia de cómo Dililí llegó a nuestra familia es digna de una novela caribeña. Según relataba mi abuela, en 1945, cuando ella quedó embarazada, mi bisabuela tomó la sabia decisión de entregarle a Dilia para que la ayudara con las tareas domésticas, siguiendo la tradición de: “Te la doy para que te ayude”, que era la bendición que toda mujer necesitada pedía. Así comenzó la cruzada heroica y divertida de Dililí: con la frente en alto y el delantal ajustado, ayudó a criar nueve hijos y catorce nietos, en una saga que duró cuarenta y seis años. Era una mujer menudita, natural de Zambrano, con esos rasgos propios de la tierra; color mestizo suave y cabello oscuro siempre recogido. En la frente tenía una verruga que le daba apariencia ordenada y serena. Su porte transmitía dignidad y ternura, vestida con sencillez, usando un vestido largo que llegaba hasta después de las rodillas, con dos bolsillos grandes, donde guardaba la foto de San Gregorio, una cajita de Vick VapoRub, una peineta, un rosario. Andaba con un radio Sanyo color café, el que siempre prendía a las 5 p. m., llamando para oír los dos la radionovela de Kalimán, el hombre increíble. Esta escena la guardo como uno de mis grandes tesoros.

Dililí nos dejó anécdotas graciosas: los regaños que acababan en risas, los consejos culinarios dados como si fueran conjuros y sus advertencias meteorológicas —ella, solo con oler el aire a el alba, sabía a qué hora iba a llover. Cuando partió, el 7 de agosto de 1991, la ausencia fue doblemente dura: se fue justo un día antes que mi abuelo, la misma ropa que usé en su sepelio me sirvió para despedirlo a él también. Los dos seres que más me consintieron se habían ido juntos.

Octubre ya viene, y en el corazón sigo guardando la voz de Dililí, sus consejos y su amor, pero sobre todo: “Mijito llegaron los bre y estás en tu yeré”.

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