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Columna

Tibio

“Pero un presidente no tiene que tomar decisiones urgentes en horas, y puede darse el lujo de esperar...”.

Santiago Noero

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Dicen que la posición más difícil de todos los deportes de conjunto es la de un quarterback (mariscal de campo) en el fútbol americano. En cuestión de segundos tiene que procesar la información que recibe del entrenador y organizar todo el equipo, tomar decisiones y ajustes sobre lo que ve en frente y ejecutar la jugada con precisión, todo mientras lo persiguen dos o tres gigantes para arrancarle la cabeza. No puede titubear.

Si pudiéramos simplificar el ejercicio de gobernar con analogías al deporte (como ahora hacen), uno escogería presidentes como los quarterbacks, porque, sin duda, el puesto más difícil de cada país es el de presidente de la República. Y con la crispación en que vive el país y la inmediatez de las redes sociales, crece el desespero y la sensación de que las cosas solo se pueden arreglar si elegimos un presidente con “los pantalones bien puestos” -metáfora muy pobre, por cierto-, o alguien con “cojones” – primitiva sinécdoque- para decir que se necesita alguien con carácter, que no se deje clavar (eterno complejo que arrastramos), en contraposición a alguien más pausado, sensato y comedido: un tibio, pues.

Pero un presidente no tiene que tomar decisiones urgentes en horas, y puede darse el lujo de esperar días, o no decidir; normalmente no corre el riesgo de que le arranquen la cabeza. En esencia, no tiene que ser un vaquero del oeste. Más aún, y por eso prefiero un presidente discreto, su honestidad comienza por reconocer los dilemas, y que los asuma como ineludibles, y los haga parte de su vida. Supongo que uno no puede llegar al fondo de un dilema ético, o social, sin ser escéptico y tener pensamiento crítico -virtud poco admirada (y poco practicada) en Colombia, país donde todos son de una pieza. Aquí no se tolera (y se considera como débil) al que se arrepiente, sufre, tiene frustraciones, vota en blanco o considera lo contra intuitivo.

Ojalá se acaben todas esas figuras retóricas baratas para referirse a gobernar un país, de pronto así entenderíamos su complejidad: no es un partido ni un combate, ni una batalla, ni un caballo. Ojalá se acaben los eufemismos y las exageraciones. No necesitamos héroes salidos de las películas ni de disfraces precipitados y obviedades, ni personas de apuntes fáciles en las fiestas, ni el más vivo, ni el que trata de asustar u ofrece revanchas. No necesitamos a Bukele, el lacayo engominado, y su caminado un poco, solo un poco, más allá de la legalidad y la constitución, para que las barras bravas, venidas de un mundo unívoco, facilistas, derrotados morales de un mundo acoquinador, no lo noten; y lo admiren.

Ser o no ser: Hamlet tenía un dilema entre la acción (Medioevo) y la razón (Renacimiento). No era indeciso ni un pendejo, era profundamente ético. Y murió porque le salió torcida una treta medieval.

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