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Columna

¡Getsemaní, resiste!

“No es solo un trámite institucional, sino el reconocimiento y protección de una manifestación cultural que, aunque cotidiana, encierra siglos de historia...”.

El Universal

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La aprobación del Plan Especial de Salvaguardia (PES) Vida de Barrio de Getsemaní marca un hito para el país. No es solo un trámite institucional, sino el reconocimiento y protección de una manifestación cultural que, aunque cotidiana, encierra siglos de historia, memoria y prácticas colectivas: la vida de barrio.

Este no es un concepto abstracto. Es la manera particular en que sus habitantes han tejido relaciones de solidaridad, convivencia y resistencia; es la red de afectos que se expresa en la calle, en sus fiestas y en la cotidianidad compartida. Es un modo de habitar el territorio en el que la cercanía, el arraigo y la memoria son fundamentales.

Pero esta manifestación está en riesgo. El turismo desbordado, la presión inmobiliaria y la falta de políticas han puesto en entredicho la posibilidad de seguir habitando el barrio. No es un fenómeno aislado: casos como el barrio Gòtic en Barcelona o el centro histórico de Ciudad de México evidencian cómo la saturación turística y la falta de políticas de protección provocan la pérdida del tejido comunitario y transforman barrios vivos en escenarios para el consumo. Getsemaní enfrenta hoy ese mismo dilema: cómo equilibrar el turismo con la permanencia de su gente.

La construcción del PES es una prueba de la vitalidad de la vida barrial. No fue tarea de una sola voz. Detrás de este logro hay un tejido de organizaciones que, desde distintos frentes, se articularon para defender el territorio sumando esfuerzos y conocimientos para elaborar la propuesta, demostrando que la vida de barrio se preserva también en la capacidad de organizarse y actuar conjuntamente.

El PES plantea medidas concretas para preservar las condiciones que hacen posible este patrimonio. Entre ellas, restaurar la vocación residencial del barrio, articular acciones con otros instrumentos de gestión como el PEMP del Centro Histórico, impulsar proyectos que promuevan el retorno de getsemanicenses en diáspora y coordinar con el Distrito para formular políticas e incentivos que favorezcan la habitabilidad.

Con este instrumento, Getsemaní ofrece un modelo innovador para el país. Es un plan que protege la cultura, no solo desde lo simbólico, sino también desde las condiciones materiales que permiten que esa cultura siga viva. En tiempos en que barrios patrimoniales del mundo están amenazados por la turistificación y la especulación inmobiliaria, Getsemaní abre un camino que puede servir de referente internacional.

La vida de barrio de Getsemaní no es solo pasado; es presente y futuro. Con esta decisión, el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural no solo reconoce un modo de vida que ha forjado la historia de Cartagena, sino que también se compromete con su continuidad. Esta aprobación es un triunfo de una comunidad organizada y una esperanza para todos aquellos que creen que la cultura vive en la gente y no sólo en las piedras.

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