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Columna

El algoritmo de la felicidad

“Agradezco a mi Dios el darme vida en esta época tan maravillosa, el ser parte de esta comunidad en la red y participar en todas las campañas en defensa de los derechos humanos y del medio ambiente”.

Salvatore Basile Ferrara

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Cuando, por un error interno, mi obtusa compañía proveedora de internet ilimitado me dejó sin acceso a este servicio, tuve una crisis de abstinencia aguda: no habían pasado más de 20 minutos, y ya me sentí desconectado del mundo, y los señores Google, YouTube, Netflix, YouPorn, Spotify me hacían ya una falta casi física, además de tener la sensación clara de que no resistiría esta privación global, y eso porque, señores, lo confieso, soy un adicto.

Hay que vivir informado. Todo comenzó en los años noventa, cuando Roberto Pombo me llamó para formar parte del equipo de la Nueva Viva FM de Caracol Estéreo, a las 5 a.m., de lunes a viernes.

Junto a Pombo, ‘el Gato’ Antonio José (q.e.p.d.), el doctor Hernán Peláez, César Augusto, Diana y Fajardo, nuestros histéricos despertadores trinaban a las 3:30 de la madrugada para que comenzáramos a navegar, para leer los periódicos italianos, las agencias europeas, CNN; naturalmente, El Tiempo y todos los periódicos nacionales y toda la información posible e imaginable.

La sala de redacción pululaba de energías cibernéticas: gracias a internet, hacíamos un programa completo, ágil e informadísimo.

Y lo bueno es que la red era todavía una utópica tierra de todos, donde los comentarios eran interesantes y satíricos, cuando aún no habían aparecido los haters, los odiadores profesionales, que encuentran algo malo hasta en la misericordia de Dios.

Soy del siglo XX, y afortunadamente me llegó la televisión a los 17 años, y digo afortunadamente porque tuve que leerme a la fuerza todos los libros que había en casa, y mi Playboy personal era una edición de ‘La Divina Comedia’ ilustrada por Doré, y Paolo y Francesca desnudos fueron mi centerfold, y mi único acercamiento a la comunicación era un viejo aparato de radio Zenit, con el cual navegaba por todas la estaciones del mundo.

Pero ahora agradezco a mi Dios el darme vida en esta época tan maravillosa, el ser parte de esta comunidad en la red y participar en todas las campañas en defensa de los derechos humanos y del medio ambiente.

Lo único que me duele es la cantidad de odiadores, que llegan hasta el colmo de vapulear a un presidente que apostó todo su patrimonio político para darnos una paz que apenas está comenzando, y ya nos ha ahorrado decenas de miles de muertos.

Cuando la red debería ser de paz, de tolerancia, de cultura; más con esta oportunidad del mundo comunicado y, a veces, mal aprovechado.

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