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Columna

Las dos Colombias

“No hay pueblo pequeño que no espere con ansias sus fiestas patronales para dar rienda suelta a la alegría, a la corraleja...”.

HORACIO DEL CASTILLO RESTREPO

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Existen dos países en esta nación: uno, el del Triángulo de Oro, incluyendo algunas capitales de la periferia y dos, el de la Costa, Llanos Orientales, Amazonía, Sur y Pacífico. El primero tiene un desarrollo en todos los aspectos mucho mayor que el segundo. Hay más oportunidades, mejor infraestructura, servicios públicos y comunicaciones. En el segundo es lo contrario: es la Colombia olvidada e incomprendida por los habitantes de la parte más rica.

En la zona 1, ha hecho carrera con más facilidad la narrativa globalista, comandada por grupos animalistas, veganos, ambientalistas y otros, quienes, amparados por este gobierno de izquierda y desde sus cómodas casas, imponen a la fuerza -como talibanes criollos- sus ideas traídas de otras latitudes a los habitantes de la Colombia olvidada.

El fallo de la Corte Constitucional, que desde una fría oficina de Bogotá prohíbe los toros, corralejas, coleo y peleas de gallo -gracias, precisamente, a los animalistas- es un duro golpe a las poblaciones de esta Colombia olvidada, particularmente a la petrista Costa Caribe. Sin mucho que hacer y con pocas oportunidades, estas manifestaciones, profundamente arraigadas en la cultura popular de estas regiones, son parte importante en su vida, su economía y esparcimiento. Cientos de miles viven de estos espectáculos. No hay pueblo pequeño que no espere con ansias sus fiestas patronales para dar rienda suelta a la alegría, a la corraleja, al coleo. Es como un escape a privaciones, una coyuntura ideal para reunirse de nuevo con sus familiares y amigos, quienes tuvieron que emigrar a tierras lejanas buscando una oportunidad. En sus justas proporciones, el daño que se le hace a estas poblaciones equivale a quitarle su carnaval a Barranquilla.

Pudo la Corte ordenar la regulación de estas actividades para hacerlas más aceptables en estos nuevos tiempos, en vez de vetarlas. Lamentablemente, en este país es más fácil prohibir que controlar. Seguramente, parte de esta proscripción se volverá letra muerta, como la de la venta de cigarrillos al menudeo. ¡A pelear gallos en los patios!

Mientras tanto, los animalistas –cual ayatolas- seguirán en su empeño por arruinar a la ganadería de la Costa, renglón más importante en la economía agropecuaria de esta Colombia olvidada. No han ahorrado esfuerzos para prohibir la exportación de ganado en pie, la herramienta más efectiva para la regulación de los precios del ganado. Espero que la Corte no les haga el guiño, porque si con la proscripción de las corralejas cambiaron el maltrato animal por hambre humana, con el veto a las exportaciones se acabará la economía agropecuaria de esta región.

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