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Columna

La grosera obsesión del progresismo contra las tradiciones populares y la cultura

¿No es el pueblo quien decide, según los usos y la historia, qué es cultura y tradición?

LUIS EDUARDO BROCHET PINEDA

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La Corte Constitucional de Colombia el pasado miércoles 3 de septiembre, en revisión de exequibilidad de la ley 2385 de 2024, ley prohibicionista de las corridas de toros, rejoneo, novilladas, becerradas y tientas, a partir de julio de 2027 en todo el territorio nacional, no solamente confirmó y consolidó la prohibición, sino que además amplió su alcance a otras prácticas y tradiciones, tales como las riñas de gallos, las cabalgatas, los toros coleados y las corralejas. Ello, en virtud de una supuesta política de Estado para dar fin a espectáculos con “maltrato animal”, reforzando “la dignidad, la paz y la protección ambiental”.

En gran medida, el gremio de los taurinos y aficionados de Colombia y otros países, esperábamos un análisis en esta dirección, atendiendo la enorme presión y presuntos favorecimientos de todo tipo, a las bancadas del Congreso que coadyuvaron a la aprobación de esta ley, así como la nueva línea de pensamiento que ha venido reemplazando a los magistrados de esa alta corporación, que no han sido nada discretos para situarse en la orilla de las afinidades ideológicas del “progresismo de izquierda radical”.

La primera reflexión sobre el tema, es sin duda, de naturaleza política: Gustavo Petro, desde antes de su paso por la alcaldía de Bogotá, tomó como “bandera ideológica” acabar con la cultura y la tradición histórica hispana de siglos atrás, “reivindicando a los pueblos indígenas conquistados y esclavizados por el español”, a pesar de que el ritual taurino es uno de los usos y costumbres de mayor raigambre entre nosotros, los americanos mestizos, pero que la izquierda señalaba siempre como una práctica de élite y de muerte; propia de reyes y conquistadores peninsulares, además de una práctica burguesa, elitista y excluyente. Ya como alcalde de Bogotá, desplegó una serie de acciones arbitrarias en contra de la tauromaquia que generó pérdidas económicas incalculables, abuso de autoridad, exclusión social y duros enfrentamientos, de los que aún, judicialmente, no hay un cierre definitivo.

Por supuesto, un clásico discurso vacío, de odio y resentimiento; divisionista, propio de la leyenda negra española, supremamente dañino, provocador y peligroso en cualquier tiempo.

La segunda reflexión viene desde la filosofía y la etología; ha hecho carrera, de forma fanáticamente ligera en los países taurinos con gobiernos de izquierda, la expresión seres sintientes, para enarbolar la argumentación de los falsos animalistas, ecologistas y “buenistas o mamertos”, sobre el maltrato animal. Pues, seres sintientes somos todos: desde la ameba, hasta el ser humano, así como la especie vegetal, por muy rudimentario del sistema nervioso. En esta “lógica progresista”, no podríamos sacrificar los millones de cabezas de ganado vacuno que diariamente degüellan en los mataderos; menos, decapitar a los millones de pollos criados en serie por producción industrial, tampoco pescar o cazar; así mismo, sería imposible machetear un gajo de plátanos o arrancar la yuca o el ñame... en fin, el ser humano, de acuerdo al pensamiento antropocéntrico occidental (y para quienes somos creyentes, el centro de la creación de Dios y del universo), se sitúa por debajo de los animales y sometidos a ellos, con menoscabo de su dignidad humana y desprovisto de su dimensión espiritual.

No hablemos, entonces, de dignidad, si una mujer en Colombia puede ejercer su “derecho” a abortar un ser humano hasta la semana 24 de gestación, como decisión autónoma. Esto es, matar a un bebé perfectamente formado en el vientre materno y completamente sintiente, ¿de acuerdo? (Sentencia Corte Constitucional C-055 de 2022).

Según estadísticas de probabilidad, hubo unos 56.000 abortos legales en Colombia y unos 110.000 en España en 2024. En toda la temporada taurina española del año pasado, y esta de 2025 que está próxima a culminar, no se estoquean más de 6.000 toros y novillos por año.

En ese orden de ideas, decimos que cada animal, según su naturaleza; no hay maltrato cuando el torero, en franca lid, se enfrenta a un animal fiero, salvaje, con plenitud de sus condiciones físicas, cuyo instinto es la acometividad y la bravura. El toro de lidia no es un animalito doméstico al que puedes sacar a pasear con una cadenita y llevarlo a la peluquería.

Pregunta: ¿Para el toro, el caballo, el gallo fino, dónde queda su espacio, su entorno y la naturaleza de su comportamiento? Respuesta: el gallo fino, el caballo de paso y el toro de lidia, así como los encastes para corralejas, se extinguirán en diez años de hacerse efectiva y perdurar esta prohibición absurda, sobreviviendo, quizás, aquellos animales que puedan conservarse como piezas ornamentales - caso de los caballistas en el campo o en sus fincas - o como tristes piezas de zoológico.

La tercera y última reflexión, aunque quedarán muchas en el tintero y no terminaríamos, es de orden jurídico y socioeconómico. En lo jurídico, muy sucintamente, el Estado colombiano es un Estado pluralista y multicultural, dónde se erigen como derechos fundamentales varias libertades propias de las democracias maduras: libertad de expresión, libertad de empresa, libertad de escoger profesión u oficio, libertad de cultos, libertad cultural, principio de igualdad y respeto a las minorías. ¿No es el pueblo quien decide, según los usos y la historia, qué es cultura y tradición? ¿Quién les cedió a una comisión del Congreso y/o a la Sala Plena de la Corte Constitucional ese “derecho a decidir por el pueblo”?

Entonces, ¿Cuál es el limite constitucional o cual debería ser? El único límite para prohibir un uso social o tradición es aquel que atenta contra los derechos humanos; y claramente, la tauromaquia no atenta contra los derechos humanos y, mejor, aporta valores de construcción social y civilidad muy importantes: respeto, valentía, resiliencia, solidaridad, honestidad, superación, trabajo y desarrollo de las bellas artes.

Finalmente, en sus aspectos de forma, este proyecto de ley presentó vicios como la ausencia de aval fiscal y/o “compromisos” de reconversión cultural y reconversión laboral. Solo para citar tres aspectos: 1 - ¿Qué y cómo hará este gobierno para indemnizar a ganaderos de toros bravos y de encastes para corralejas, así como a las 400.000 familias que viven de ello? 2 - ¿Qué y cómo hará este gobierno para indemnizar y reorientar el sustento de las 300.000 familias que dependen de la cría y la riña del gallo fino? 3 - ¿Con qué reemplazará este gobierno el sustento campesino en muchísimos municipios de la extensa Colombia llanera, privados ahora de la actividad del coleo y sus festivales conexos?

Esos “compromisos” serán incumplidos y olvidados, sometiendo a la clase popular, hombres de campo, artesanos, pequeños comerciantes e informales, al desamparo absoluto y a la miseria.

No es de poca monta la relación histórica, estrecha y sistemática, entre gobiernos “progresistas de izquierda radical” y estas prohibiciones a las tradiciones y a la cultura, con calcada narrativa petrista: México, de Claudia Sheinbaum, se ha empeñado ferozmente en ello; un país violento cooptado por la mafia transnacional con 130.000 desaparecidos; España, de Pedro Sánchez, el gobernante más corrupto y traidor de toda la historia, que cada día intenta, fallidamente, socavar la tauromaquia, como sí la socavó el prófugo ecuatoriano, protector de terroristas, Rafael Correa, cuando fungió de presidente de Ecuador, prohibiendo la exitosa feria de Jesús del Gran Poder, en Quito.

No hacemos mención del actual gobierno de Venezuela, porque ese no es un gobierno con una ideología “progresista de izquierda radical”, sino un Narco Estado criminal y esclavista a punto de naufragar, aunque realmente, no veo muchas diferencias con los arriba anotados.

¿Y pese a ello, es la tauromaquia el garbanzo negro?

*Presidente Peña Taurina EL CLARÍN, Capítulo Cartagena.

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