Hace 500 millones de años apareció en células de peces. Mucho después surgió en nuestros primitivos ancestros, como la mejor respuesta rápida ante las graves amenazas que por esas calendas debía enfrentar nuestra especie para evitar su extinción. Con ella mantenían el equilibrio interno, se alistaban para la lucha o, más frecuente, preparaban la huida en desbandada.
Ulf von Euler, hace más de 80 años, trabajando con extractos de tejidos en el Instituto Karolinska en Estocolmo (Suecia) y utilizando métodos rudimentarios descubrió que esa sustancia era la noradrenalina o norepinefrina. Por ello recibió el Premio Nobel de Medicina en 1970. En 2011 hubo un escandaloso e inexplicable aumento de la mortalidad hospitalaria en Estados Unidos. Años después vino a saberse que fue el desabastecimiento de norepinefrina y la necesidad de reemplazarla por medicamentos mucho más peligrosos fue la causa de tal mortandad. Hace mucho el recurso humano en salud además de padecer agresiones y violencia física y verbal, debe enfrentar pacientes con alto riesgo de fallecer y tener que escoger el medicamento menos riesgoso, puesto que no hay disponibilidad de la mejor opción para salvar vidas. Mientras las sociedades científicas exigen del Gobierno acciones rápidas, este solo maquilla las cifras y la cruda realidad de un sistema de salud que en sus manos solo ha logrado empeorar. Entre tanto, cada día aparecen más medicamentos con el rotulo de ‘desabastecido’ y con la imperiosa necesidad de ser reemplazados por otros menos eficaces y más peligrosos.
Juan, Marco y Rafael (nombres cambiados, historias verídicas) son tan diferentes como parecidos: uno blanco, otro flaco, otro gordo, pero los tres tan jóvenes y tatuados como al borde de la muerte por la irracional y exclusiva forma de resolver, ellos y los otros, cualquier ínfimo problema con la violencia y con las armas que supuestamente son potestad del estado. Heridas múltiples de bala que muestran el afán de sus depredadores agresores de acabar con sus vidas, sin mediar otra pacífica alternativa. Pedro, Daniel y Roquelina (nombres inventados, dolorosas realidades) son tan parecidos como diferentes: uno pobre, otro habitante de calle y ella otrora matrona potentada, todos abandonados por la vida durante meses y años a una cama, y olvidados por la muerte y la familia.
Esos días surge la pregunta de por qué no les enseñaron a manejar esas tan nuevas como viejas patologías, esas que yacen afuera y adentro, esas que nadie quiere ver y que todos padecemos, esas que son tan solo un estigma de una sociedad enferma. Pero bueno, ya lo dijo Jiddu, “no es una medida de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.