El Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) reportó que, con corte a mayo de este año, más del 24,2% de los jóvenes entre 15 y 28 años en Colombia ni estudian ni trabajan (los denominados “NINI”). En ciudades como Cartagena, el Observatorio Laboral de Cartagena y Bolívar ya advertía desde 2018 que la cifra superaba los 67.000 jóvenes, lo representaba para ese entonces el 25% de la población joven con capacidad laboral en la ciudad.
Buena parte de esta realidad se explica por barreras estructurales, entre ellas, el limitado acceso a recursos sociales, educativos y económicos, la vulnerabilidad de ciertos entornos familiares, la escasez de oportunidades laborales, y las profundas brechas sociales. Sin embargo, también existe un grupo menos visible pero igualmente preocupante. Se trata de jóvenes que, aun contando con los medios y oportunidades, optan por mantenerse al margen. No son excluidos por el sistema, se excluyen ellos mismos de este.
Hablamos de los llamados “NINI por elección”. Son jóvenes que han crecido en entornos económicamente resueltos, con educación y acceso a oportunidades, pero que renuncian al esfuerzo, a la construcción de un proyecto de vida propio y al ejercicio pleno de su autonomía. En estos casos, lo inquietante no es solo la inactividad, sino lo que esta revela: un malestar profundo que, aunque muchas veces pasa desapercibido, puede estar relacionado con el temor al fracaso, la presión de expectativas ajenas o la ausencia de un propósito personal claro.
¿Cómo enfrentar esta situación? La primera línea de acción debe surgir al interior de las familias. Se necesita acompañamiento afectivo, escucha activa y espacios seguros donde sean validadas las emociones sin minimizar el malestar. Muchos de estos jóvenes no carecen de recursos materiales, sino de sentido, motivación y habilidades blandas para transformar sus cuestionamientos en acción. Antes que imponer trayectorias, las familias deberían facilitar procesos de exploración personal, reconociendo que ni el propósito ni el carácter siempre se heredan. Educar para la autonomía implica no resolverles todo, sino guiarlos en la búsqueda de su propio rumbo y permitirles asumir las consecuencias de sus decisiones.
Ahora bien, el afecto no excluye la exigencia. Amar también implica poner límites. En este contexto, el uso estratégico de herramientas jurídicas puede convertirse en un recurso pedagógico valioso. Sociedades patrimoniales, acuerdos de accionistas, protocolos de familia, fideicomisos, fundaciones de interés privado o trust pueden ser empleados para condicionar el acceso a beneficios y recursos al cumplimiento de metas formativas, profesionales, e incluso personales. No se trata de castigar, sino de incentivar comportamientos constructivos mediante reglas claras y estímulos bien diseñados por expertos, ajustados a la realidad particular de cada familia y sus miembros.
Cuando se posterga indefinidamente la responsabilidad y se garantiza el acceso a privilegios sin dirección ni propósito, el carácter se debilita. No es casualidad que multimillonarios como Bill Gates, Warren Buffett o Mark Zuckerberg hayan decidido limitar el acceso a la totalidad de sus fortunas a sus hijos. No por indiferencia, sino por convicción. Saben que la abundancia sin propósito puede convertirse en un problema.
En definitiva, las familias tienen hoy una oportunidad única para convertirse en agentes activos del cambio y contribuir a revertir esta situación. Con una estrategia integral que combine afecto, límites, acompañamiento emocional y herramientas jurídicas bien diseñadas, pueden crear las condiciones necesarias para que los jóvenes, en su tiempo, encuentren su propio rumbo y se conviertan en todo lo que están llamados a ser.