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Columna

Para los que la vida nos brilla con el esplendor de un domingo

Tal vez ahí radique la verdadera encrucijada: reconocer que las heridas de patria solo sanarán si aprendemos a dejar de vivir en domingo y a mirar de frente el lunes, con toda su crudeza.

Carmen Hernández Merlano

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El reto no es marchar contra la guerra, sino atrevernos a mirar de frente la paz y el lunes que llega.

El domingo siempre tiene un aire distinto. Es un día que huele y suena diferente: sereno, tranquilo, con aromas de playa y de comida en la calle, con el ruido de las lanchas cargadas de gente feliz que pasan bajo el sol espléndido del Caribe, que en su magnificencia nos llena de alegría. Para quienes tenemos el privilegio de vivir cerca al mar, y de paso, el privilegio de pertenecer a un estrato social alto, la vida suele sentirse así: como un domingo permanente.

Anestesiados por la paz que otorga la comodidad, no advertimos que bajo esa aparente calma se ha ido tejiendo un cambio. Y no un cambio sereno, sino uno que nace del dolor, el resentimiento, la exclusión y la lucha armada, de la sangre. Mientras aplaudíamos las victorias de los choques de un país contra sí mismo, nos molestaba la sola idea de un acuerdo de paz con el enemigo. Porque en nuestra burbuja, la guerra y sus estragos parecían un ruido lejano, incapaz de romper el bendito domingo en que vivimos instalados.

No es un problema de estructuras, el Estado, con todas sus imperfecciones, ha ofrecido una organización relativamente segura para la convivencia, sino de las personas que lo dirigen y lo integramos. La democracia, como antes el feudalismo o la monarquía, terminó siendo excluyente no por diseño, sino por las manos que lo moldean.

Hoy, los acomodados sudamos la gota fría y los otros, los no acomodados, despiertan cada día como si cayeran en una pesadilla. Para ellos el cambio es una promesa idílica; para nosotros, “que susto”. Pero el precio de haber vivido entre domingos eternos parece ser el legado de una democracia que, en nuestras manos, amenaza con fracasar.

Madre Teresa de Calcuta decía: “A mí no me inviten a marchar en contra de la guerra; invítenme a marchar en favor de la paz”. Tal vez ahí radique la verdadera encrucijada: reconocer que las heridas de patria solo sanarán si aprendemos a dejar de vivir en domingo y a mirar de frente el lunes, con toda su crudeza.

Versión adaptada de un relato de mi libro Fragmentos del Alma

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