No dudo que esta reflexión puede no ser grata para muchos o muchas. Cierto revuelo causaron las expresiones del Papa Francisco, cuando se refirió a este fenómeno contemporáneo: la disminución del número de nacimientos. Las estadísticas publicadas los últimos días en el país señalan una progresiva disminución de la natalidad y sus consecuencias para el presente y el futuro de la nación. Se vuelve cada vez más natural el escuchar, con sonoro desparpajo, a parejas de jóvenes o a jóvenes solteros, afirmar con firmeza que no quieren tener hijos, pero al mismo tiempo tienen mascotas a las que les hablan, les colocan nombres de personas y les invierten en alimentos especiales, tratamientos, hospedajes, cuidadores y adornos inverosímiles.
La tradición cristiana valora la integridad de la creación y en ella a todo tipo de seres vivientes, urge al freno de la extinción de tantas especies y llama a la responsabilidad frente a una ecología integral que respete, ante todo, el derecho de los más pobres a vivir en un ambiente amigable, apreciando los seres creados; pero de allí a la sustitución de los humanos por animales y el desprecio a la procreación, eludiendo el mandato divino de crecer y multiplicarse, hay una distancia evidente. Las consecuencias se están viendo en los países en los cuales decrece la población autóctona y aumenta la población migrante, porque son estos últimos los que traen nuevas vidas al mundo. Irónicamente se desprecia al migrante y se le persigue y expulsa.
Algunos se escudan en el argumento de las difíciles condiciones de este tiempo, en la crisis ambiental y en las consecuencias de un cambio climático de proporciones imprevisibles, para justificar el no asumir la responsabilidad de tener hijos, pero los cuidados y atención que se prestan a mascotas, de uno u otro tenor, sobrepasan muchas veces, no solo en inversión, sino en afectos y mimos las fronteras de la sensatez; porque los únicos seres que se preguntan por sí mismos y reflexionan sobre sí mismos, somos los seres humanos y ello es muy diferente a las respuestas de instinto de otros seres, que no podemos confundir con sentimientos a la manera humana.
No me anima interés diferente que un llamado a no temer a la paternidad y a la maternidad en las nuevas generaciones, y a los mayores a ser capaces de dialogar con sinceridad con quienes se niegan a la sublime vocación de la paternidad y la maternidad. Porque Dios es Padre y el Hijo de Dios asumió nacer del seno maternal de María, la Virgen Madre. Por la fuerza del Espíritu seremos capaces de abrir los ojos y los corazones, a experimentar el gozo de vivir y la valoración en sus justas dimensiones de la creación, reconociéndonos en ella, a imagen del Dios comunidad, creados y creadores.