En sociedades marcadas por la exclusión, la pobreza y la violencia estructural, hablar de salud mental es también hablar de justicia. En la psicología política se entiende que el sufrimiento psíquico no nace en el vacío: se gesta en condiciones materiales adversas, en la negación del reconocimiento, en la falta de oportunidades. En este escenario, el apoyo social no es solo consuelo, es resistencia.
Ignacio Martín-Baró, psicólogo social asesinado en El Salvador en 1989, denunció que la salud mental en América Latina debía ser entendida desde la opresión. Para él, el trauma no era solo individual, sino colectivo, y la comunidad era el espacio donde se podía reconstruir el sentido. En Colombia, esta idea cobra vida en los Montes de María, donde comunidades campesinas golpeadas por el conflicto armado han tejido redes de apoyo que les han permitido resistir con dignidad; o en San Francisco (Sucre), donde las víctimas han construido tejidos sociales que les brindan seguridad, empatía y bienestar, incluso en ausencia del Estado.
Reconocer al otro como sujeto digno, como alguien que importa, es esencial para el bienestar. Así lo afirma el filósofo Axel Honneth. En medio de la precariedad, el abrazo, la escucha, la solidaridad son gestos profundamente políticos. Son actos que reafirman la humanidad del otro, que reconstruyen vínculos rotos por la exclusión y que devuelven sentido en medio del caos. En sociedades fragmentadas, estos gestos cotidianos pueden convertirse en semillas de transformación social y emocional.
Nancy Fraser, filósofa política estadounidense, propone que la justicia social debe incluir tanto la redistribución económica como el reconocimiento cultural. En ese sentido, fortalecer el tejido social es una forma de justicia: implica devolverles a las personas el sentido de pertenencia, de comunidad, de posibilidad. También significa desafiar las narrativas dominantes que responsabilizan al individuo por su sufrimiento e ignoran las raíces estructurales del malestar.
La salud mental no es un asunto privado. Las políticas públicas deben reconocer que el entorno social enferma o sana; que el apoyo social no es caridad, sino derecho; y que la comunidad no es solo un espacio físico, sino una fuente de sentido. El apoyo social es más que contención: es memoria, resistencia y futuro.
En medio de la adversidad, es el lazo humano el que sostiene la vida. Y ese lazo, cuando se fortalece, puede transformar incluso los escenarios más hostiles en espacios de esperanza.
Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.