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Columna

No al pantalón corto

“El pantalón corto es una aberración solo tolerable en niños, jamás en hombres…”.

Alfredo Ramírez Nárdiz

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Decía el escritor japonés Yukio Mishima que las formas son importantes, porque cuando perdemos las formas dejamos de ser nosotros mismos. Esto me lleva a recordar aquellos tiempos pretéritos en que los hombres vestían como Dios manda. Criterio este que puede parecer inconcreto, pero que todo aquel que tenga dos dedos de frente sabe bien a qué hace referencia. Tiempos en que los hombres vestían camisa blanca siempre por dentro de los pantalones por mucho calor que hiciese. En que nadie en su sano juicio ubicaba una gorra de beisbolista sobre su cabeza. En que los zapatos eran negros y cerrados, porque ningún hombre honrado desea ir mostrando los pies en público. Tiempos en los que cualquier varón digno de ese nombre vestía pantalón largo cubriendo la pierna entera.

Sin embargo, vivir es degenerar, que dirían los clásicos, y hoy vemos a multitud de hombres que perpetran ese atentado contra la estética, la decencia y el buen gusto que son los pantalones cortos, aquellos que no cubren más que el muslo y que dejan a la vista las feas rodillas y las piernecillas peludas. Es algo horrible. Lamentable costumbre hija de la total falta de respeto por los demás y por uno mismo. ¡Es que estoy más cómodo! Pues vaya usted desnudo, hombre de Dios. Porque, puestos a ir cómodos cuando el calor aprieta, qué mayor comodidad que la de ir por esas calles como vino usted al mundo. El pantalón corto es una aberración solo tolerable en niños, jamás en hombres. Es la causa de que los hijos no respeten a sus padres. De que las mujeres se rían de sus maridos. Y de que no dé ganas de salir de casa para evitar ver al vecino enseñando cosas que uno no desea ver.

Mi buen amigo Jacobo Roberto es una víctima de esta moda atroz. Padre de familia amoroso, profesional honesto, hombre de bien en los demás aspectos de su vida, viste, sin embargo, pantalón corto tan pronto como puede. Merece la condena pública. El escarnio sin ambages. La reconvención más ardorosa. La hoguera, quizá. La hoguera, sin ninguna duda. ¿Cómo pretende semejante botarate, mentecato y tarambana, ser respetado por propios y extraños cuando a todos enseña sus enclenques canillas en horrible espectáculo hijo del total desprecio por la moral tanto humana como divina? No cabe tolerancia alguna. A los que como él visten pantalón corto hay que censurarlos, reprobarlos y emascularlos. ¿Y a los que muestran los pies en público? Para esos no hay en el Averno suficiente castigo.

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