Yo te acuso a ti..., sí, a ti, que con tu silencio abriste el camino al odio. A ti que, con tu indiferencia, abonaste el terreno para que germinara la bala. A ti que justificas la muerte con argumentos disfrazados de ideología, doctrina o ‘justicia social’.
Yo te acuso, a ti que celebras la muerte de un líder porque no pensaba como tú, porque su voz incomodaba tus dogmas. A ti que con tu codicia convertiste el poder en botín, y la política en carnicería. A ti que siembras la mentira como semilla y la recoges en forma de cadáveres.
Yo te acuso, al que justifica la muerte por la condición social de la víctima, porque en tu visión torcida hay vidas que valen más que otras, como si el derecho a vivir se midiera en estratos, apellidos o herencias.
Yo te acuso, al que justifica la muerte por ser rico, como si la riqueza anulara el derecho a la vida, como si el capital fuera una condena a muerte, como si la envidia y el resentimiento fueran excusas para disparar.
Yo te acuso, porque tu intolerancia es la madre de todas las violencias. Porque tu envidia se transforma en conspiración y tu resentimiento en sentencia de muerte. Porque normalizaste la desaparición, la estigmatización, la amenaza, como si fueran parte del paisaje nacional.
Yo te acuso, sociedad enferma, que has perdido la capacidad de llorar a tus muertos. A ti que sólo lloras cuando la víctima es de tu orilla, y escupes sobre la tumba del que estaba en la otra. Yo te acuso, porque permitiste que el odio se hiciera política de Estado y deporte de plaza pública.
Miguel Uribe Turbay se ha ido, y con él, cada líder asesinado por el odio sembrado. Los visibles y los invisibles, los que tuvieron cámaras y los que sólo tuvieron un ataúd anónimo. Te acuso, porque tu cobardía permitió que los enterráramos a todos sin que el país se detuviera un segundo.
Y aquí mi mea culpa: yo también soy parte de esta sociedad podrida que toleró demasiado, que se acomodó en la queja y no salió a tiempo a gritar. Yo también guardé silencio cuando debía incomodar, elegí mis batallas según mis afectos y mis conveniencias, y con ello fui cómplice de esta podredumbre que hoy nos estalla en la cara.
Yo te acuso... y me acuso. Porque mientras unos matan, otros callan, otros justifican, otros celebran y otros... simplemente miramos para otro lado. La sangre es la misma, pero nuestra conciencia ya no distingue el color.
Esta es nuestra sentencia: reflexionar, antes de que el próximo nombre en la lápida sea el de alguien que amemos..., o el nuestro.
Y al final de esta acusación, sólo queda una salida: hablar, escucharnos, respetar nuestras diferencias y unirnos en ellas. Que no nos una la sangre derramada, sino la voluntad de evitar más muertes. Que el respeto por lo que nos hace distintos sea el punto donde todos coincidamos, porque una sociedad que no aprende a convivir con sus diferencias está condenada a seguir cavando tumbas.
*En memoria de Miguel Uribe Turbay y de todos los líderes asesinados*