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Columna

El problema con las Tradwives

“Es preocupante que se fabrique una verdad a fuerza de repetición, como las peores mentiras de la historia. Algo debería hacerse con la ignorancia disfrazada de lifestyle”.

MARTHA AMOR OLAYA

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En Colombia, entre enero y junio de 2025, se reportaron al menos 342 casos confirmados de feminicidios. La violencia machista cobra vidas y, es preocupante que en varios casos se ha intentado disfrazar de suicidios o caídas accidentales, lo que aumenta la alarma sobre el encubrimiento o la impunidad. En Barranquilla, la patrullera María Alejandra Guerrero Montiel, de 22 años, cayó desde un quinto piso en abril pasado; aunque se habló de un suicidio, un informe pericial reveló una trayectoria parabólica en su caída, lo que apunta a que fue empujada. En julio, la comunicadora social Laura Camila Blanco, de 26 años, murió tras caer del noveno piso de un apartamento en Bogotá; la familia denuncia irregularidades como signos de violencia en el lugar, una escena alterada y rumores de agresiones previas, y sostiene que fue feminicidio, no un suicidio. Estos casos revelan la persistente normalización de la violencia contra las mujeres y el peligroso trasfondo de los discursos misóginos en redes y en la cultura institucional,

Tradwives es una subcultura (sobre todo en redes sociales) en la que algunas mujeres promueven activamente su elección de ser amas de casa al estilo de los años 50, con una estética y un discurso muy marcado por el deber conyugal, la sumisión al esposo y el rechazo a la carrera profesional. Aunque algunas lo presentan como una “decisión libre”, muchas críticas señalan que este fenómeno puede reforzar normas patriarcales y limitar la autonomía de las mujeres.

La estética pulida de las tradwives (mujeres jóvenes que cocinan en delantal, con labios rojos y sonrisa de catálogo, que publican en TikTok cómo le planchan con orgullo la camisa al esposo como su máxima realización personal) no es inofensiva. Su discurso, de que esos son los valores femeninos entrañan una problemática social compleja, si se considera que nunca han salido de la estructura patriarcal y han normalizado el acoso, la violencia y la disparidad entre género.

Mientras ellas hornean galletas bajo la consigna de que la verdadera feminidad está en servir al hombre, los incels (esos hombres autodenominados “involuntariamente célibes”) odian a las mujeres por no querer estar con ellos. Viven con la ira de que ahora no basta con nacer varón para merecer amor, respeto y poder.

La manosfera no es inocua. Está vinculada a la radicalización misógina, acoso digital y, en casos extremos, a tragedias reales. Es aterrador también la complicidad invisible: el algoritmo que bombardea con lo que confirma. Si te identificas con la nostalgia del rol tradicional, o te engolosinas con el narcisismo masculino, verás solo videos que lo enaltecen, mientras lo que disiente, se invisibiliza.

Es urgente diferenciar entre ideología y derecho. El feminismo no es una ideología que imponga un estilo de vida, es una corriente de pensamiento y acción que ha conquistado para las mujeres: el derecho al voto, el acceso a la educación superior, la participación en la política, la posibilidad de tener propiedades, el divorcio, el derecho a decidir sobre su cuerpo, el acceso al trabajo en condiciones de equidad, la denuncia del acoso como delito y la existencia de leyes de protección contra la violencia doméstica.

Es preocupante que se fabrique una verdad a fuerza de repetición, como las peores mentiras de la historia. Algo debería hacerse con la ignorancia disfrazada de lifestyle.

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