El siglo XXI se inició con la promesa para los latinoamericanos, por parte de una serie de líderes (Chávez, Evo, Correa, Kirchner, Lula y otros), movimientos y partidos políticos de izquierda, de construir un mundo mejor y llevar a cabo una serie de transformaciones que tendrían como propósito, entre otras cosas: lograr la justicia social, luchar contra la corrupción, ampliar la participación ciudadana, superar la pobreza y promover la igualdad material y de oportunidades, que luego se extendió a la lucha por la igualdad de derechos de sectores históricamente excluidos y discriminados (minorías étnicas, afrodescendientes, comunidad LGTBIQ+, etc.).
Hoy, casi tres décadas después, el escepticismo es la actitud generalizada y las ilusiones que sirvieron de base a estos proyectos, se desvanecen en la espesa bruma de una estética populista obscena, de símbolos fundacionales, ancestrales o míticos que nada le dicen al presente, y de una retórica escatológica vacía que hace que, quienes alguna vez tuvieron esperanzas en el Foro de Sao Pablo, hoy experimenten gran frustración y profundo desencanto. Eso parecen indicar los últimos comicios electorales en la región, en donde -excepto Uruguay- todas las elecciones fueron ganadas por movimientos y partidos de derecha. Sucedió en Argentina con Milei (libertarista, minarquista y anarcocapitalista), en Ecuador con Novoa (joven multimillonario); en Venezuela, con la dupla Machado - Gonzales, quienes derrotaron a Maduro (aunque de facto gobierne); en Bolivia, en donde dos candidatos (uno de derecha y otro de centroderecha) pasaron a segunda vuelta, y todo indica que igual sucederá en Chile, en donde el ultraconservador Kast lidera la intención de voto. La pregunta es: ¿cómo se pasó de la esperanza al desencanto? A mi juicio, cinco factores fueron determinantes.
Primero, la herencia autoritaria del presidencialismo y de la vieja izquierda (leninista y estalinista), que alguna vez soñó con la dictadura del proletariado y que estimuló la concentración del poder en algunos líderes (populistas, mesiánicos, autócratas), quienes una vez en el gobierno introdujeron la reelección, socavaron la legitimidad de las instituciones democráticas y cooptaron el poder legislativo y judicial, negando en la práctica uno de los ideales declarados por la izquierda democrática: la ampliación de la participación política y el pluralismo ideológico. Segundo, la corrupción, consecuencia de lo anterior (‘el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente’). Tercero, la ineficiencia en la gestión administrativa. Cuarto, la improductividad económica, debido al excesivo aumento del gasto público, el hiper-asistencialismo de Estado, la desconfianza de los mercados y el conflicto con los sectores productivos que conllevó a que, por ejemplo, países como Venezuela o Argentina hoy sean más pobres que hace 20 años y prácticamente inviables económicamente, o que Bolivia enfrente la peor crisis social en décadas. Finalmente, el fundamentalismo político, la sobreideologización y la falta de autocrítica.