El 18 de agosto de 1989, hace 36 años exactamente, Las balas, el odio, el rencor de los bandidos del cartel de Medellín, silenciaron a un hombre que soñaba con un país distinto para las futuras generaciones; un país que no siguiera manchado por la violencia. Pero no lograron callar la verdad incómoda que él representaba. Luis Carlos Galán fue asesinado en plena campaña presidencial, no solo por atreverse a enfrentar al narcotráfico y querer acabarlo de una vez por todas, sino por tocar los intereses de una élite que aun hoy se aferran al poder con las mismas mañas. Han pasado 36 años y, aun recordamos la caída de un líder que pudo darle mucho a Colombia. En Soacha, la pregunta duele: ¿cuánto hemos cambiado realmente como nación?
Después de más de 30 años, seguimos siendo un país donde la corrupción, el clientelismo y la impunidad son el pan de cada día en este horror de nación. Galán denunció esas prácticas con valentía y sin miedo alguno; y eso es lo que más puedo destacar de este líder. Su legado fue tomado como bandera por muchos en la política, pero su mensaje de renovación terminó diluyéndose en la misma maquinaria que él quiso transformar. Hoy, algunos de su entorno quieren mantener su legado y seguir sus propuestas, pero olvidan que estamos en otros tiempos: lo que realmente podemos hacer es continuar su lucha como símbolo de resistencia. Los mismos apellidos siguen mandando, porque siempre, siempre “los de arriba” deben estar al mando. Es una estupidez, pero el dinero y los juegos sucios pueden con todo. Los intereses se reparten el Estado como si fuera una finca privada, y el ciudadano de a pie sigue pagando las consecuencias, como toda la vida lo hemos sufrido: el de arriba goza y el de abajo sufre. Galán hablaba de un “nuevo país”, pero hoy pareciera que seguimos atados a las mismas cadenas.
Recordar el legado de Galán, no puede quedarse en discursos vacíos ni en coronas de flores en el cementerio central de Bogotá, cada 18 de agosto. Su memoria debe ser un llamado a romper con la indiferencia de los políticos de nuestra nación y cuestionar la forma en que hemos normalizado la podredumbre política. Los jóvenes, sobre todo, no podemos resignarnos a heredar un país en ruinas y que toda la vida ha estado manchada de violencia, ni permitir que nos sigan gobernando los mismos de siempre, los mismos de arriba con las mismas mañas. Honrar a Galán hoy no es repetir su nombre como un eslogan: es asumir la responsabilidad de construir ese “nuevo país” que soñó y que nos siguen negando. Porque si seguimos mirando para otro lado, la historia nos cobrará la factura, y ya no habrá mártires que nos salven de nosotros mismos.