Es insólito lo que ocurre en un puente de Cartagena. En Las Gaviotas, la estructura que debería ser un símbolo de conexión y tránsito se ha convertido en escenario de confrontación política. Primero apareció el mensaje “Uribe culpable”, que ni siquiera era el que habían anunciado los colectivos convocantes; luego el alcalde lo mandó a borrar y, en cuestión de horas, desconocidos pintaron el número de la boleta de encarcelamiento del expresidente. El puente, en vez de unir, está dividiendo.

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TATIANA VELÁSQUEZLa Alcaldía ordena borrar; otros anuncian pintar; desconocidos reaparecen en la madrugada. Y en medio, la ciudad atrapada en una disputa que poco contribuye al entendimiento. Porque no se trata de silenciar la protesta ni de negar la expresión artística, sino de preguntarnos si, en un país tan polarizado, el lenguaje del grafiti puede incitar al odio entre fanáticos de ideologías. Ese no es el camino para tender los puentes que hoy necesitamos con urgencia.
En el Congreso Empresarial de la ANDI, aquí mismo, en Cartagena, se vivió otro episodio que revela la fractura del diálogo. Daniel Quintero, precandidato presidencial del Pacto Histórico, sin estar en la agenda, interrumpió un panel con una bandera de Palestina y terminó abucheado y tildado de “ladrón”. Al día siguiente, como respuesta simbólica, los alcaldes de las principales ciudades del país se unieron bajo una bandera de Colombia, en el mismo evento.
Y para rematar, también en Cartagena, la reubicación fallida de las familias de Chambacú mostró otro rostro de la incapacidad de tender puentes: la exclusión social. Vecinos de Bicentenario rechazaron con prejuicios y estigmas a quienes debían llegar. Los llamaron “viciosos” y “delincuentes”. Lo cierto es que la ciudad volvió a demostrar que no sabe dialogar con sus propios dolores. Aquí la Administración también tuvo que entender que hay que trabajar en ese tema.
Tres hechos recientes, distintos en escenario y actores, pero unidos por un mismo hilo: nuestra dificultad para conversar, para disentir sin destruir, para convivir sin señalar. Cartagena, como el país, parece atrapada entre gritos, grafitis y abucheos, cuando lo que necesitamos es diálogo, cultura ciudadana y respeto.
Tender puentes hoy significa algo más que cruzar de un extremo al otro. Significa reconocer al otro, escucharlo, incluso cuando pensamos distinto. Cartagena no puede permitirse que sus puentes sean muros de rabia pintados a medianoche, ni que sus barrios se conviertan en trincheras del prejuicio.
El reto de la Alcaldía es garantizar ese diálogo, y eso no se logra apagando incendios en medio de la multitud, sino con socialización previa, pedagogía ciudadana y encuentros periódicos con las comunidades. Solo así será posible que los puentes vuelvan a unir, en lugar de dividir.