El 6 de agosto de 2025, el Movistar Arena de Bogotá debía ser escenario de música, baile y celebración. ‘Damas Gratis’, grupo argentino de cumbia villera, congregaba a miles de personas en una noche que prometía ser inolvidable por razones felices. Pero lo que se grabó en la memoria colectiva no fue un coro de canciones, sino gritos, golpes y sangre. Una pelea entre barristas de Santa Fe y Millonarios, en un evento que nada tenía que ver con el fútbol, dejó un muerto y varios heridos, obligando a cancelar el concierto.
Parece mentira, pero cómo le explicamos a las futuras generaciones que existen ‘barras bravas’ que odian la vida en sociedad y las buenas formas, pero peor aún, cómo les explicamos que su excusa de tener “pasión por el fútbol” haya trascendido las canchas para irrumpir en un concierto y dejar al país como un fiasco, ante el mundo.
Creo que la única explicación que cabe es que son desadaptados que no tienen ninguna pasión por el fútbol, ni por ningún deporte, que esa es solo la máscara, porque lo que hay detrás es un grupo de personas que ha encontrado en la camiseta de un equipo la excusa perfecta para liberar su instinto violento, su desprecio por la vida y su necesidad de imponerse a través del miedo.
Un verdadero amante del fútbol sabe que es fiesta, comunidad, un lenguaje universal de alegría. Quien ama el deporte no concibe que un partido, o un color de camiseta, valga más que una vida. Lo que vimos en el Movistar Arena es la confirmación de que no estamos frente a hinchas, sino frente a delincuentes que se refugian en el símbolo deportivo para justificar su barbarie.
Lo más doloroso es que gran parte de quienes terminan atrapados en esta espiral son jóvenes que podrían estar construyendo, aprendiendo, soñando, pero que, en cambio, se desgastan en actos criminales y estúpidos. La sociedad no puede seguir tolerando que la violencia se normalice bajo el manto del ‘folklore’ del fútbol. Ni en estadios, ni en conciertos, ni en ninguna parte. La cultura barra brava que vive del odio y de la confrontación es un cáncer que debe enfrentarse con educación, con oportunidades, pero también con sanciones efectivas.
No podemos permitir que la camiseta de un equipo siga siendo el uniforme de guerra de quienes han hecho de la violencia su único lenguaje. Si el fútbol es la excusa, entonces la tarea es despojarles de ella y dejar al descubierto que realmente son criminales que mancillan el deporte y que arrastran a nuestra juventud al abismo.
El país no puede resignarse a convivir con esta peste social, porque cada golpe, cada herida y cada vida perdida en nombre de una falsa pasión es un recordatorio de que estamos fracasando como sociedad. Si no rompemos este ciclo ahora, lo que seguiremos escuchando no serán aplausos ni goles, sino el eco de un país que aplaude la muerte.