El 7 de agosto de 1819, luego de que las tropas de Bolívar ascendieran a la zona andina por medio del gélido e hirsuto páramo de Pisba y tras la victoria del Pantano de Vargas con la mítica frase a Juan José Rondón “¡Coronel, salve usted la patria!”, Colombia concluyó gestando su destino en el Puente de Boyacá, destino que prometió la savia de la paz, la unidad, la redención y el desarrollo; destino mancillado por la guerra fratricida, la división, la esclavitud y el paso espeso de la violencia que hoy, 206 años después, sigue acechando en un conflicto interno que parece interminable y que se posiciona en uno de los más longevos de la historia.

La crítica que incomoda a los comunales
Gustavo Morales De LeónCiñéndome a las muy patrióticas palabras del egregio historiador y conservador Alberto Dangond Uribe, la violencia y la guerra en Colombia han sido el lastre inútil, retardatario y anticuado que, usado como instrumento de la acción política, se ha convertido en el bache del desarrollo, desarrollo tan digno del garbo de nuestro territorio, desarrollo esquivo, nombre que no podemos besar plenamente dadas las circunstancias onerosas y tristes que acrecientan la sangre, que someten la infraestructura y que siembran el miedo y la desesperanza que se traducen en la falta de inversión, de crecimiento demográfico, de florecimiento moral y de productividad eficaz.
206 años después Colombia no ha obtenido el grandioso destino prometido. Una parte de nuestra población y ciertos movimientos armados han creído y siguen creyendo enceguecidamente en la violencia fatal como “la partera de la historia”, tal como lo predicó Lenin; otra, por su lado, sigue pensando que la jerga ingénita es legítima amiga de los votos, que la autocrítica es síntoma de incredulidad, que las palabras de paz y de concordia pueden esconder sentimientos de rencor y de odio, brebaje que ceba una supuesta gallardía revolucionaria; y algunos más, no pocos, que los intereses particulares son incuestionables en nombre de la total libertad o del libertinaje, el individualismo y el patrioterismo decadente y contrario al patriotismo.
Este año ha sido uno de los más violentos en décadas, pero hoy, 206 años después de la batalla de Boyacá, debemos creer en un país en paz, debemos no perder la esperanza, no dejar de actuar moral y éticamente en nombre de ella, debemos propender en cuidar nuestras palabras y acciones, en no someter a nuestra bella patria colombiana, tan mestiza y tropical, a otros Cien Años de Soledad. Márquez escribió que “El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos”. Su Santidad Pío XII dejó el eco vivo de unas palabras que hoy suenan en las conciencias nacionales y que deberíamos tallar con el cincel sobre el mármol: “Nada se pierde con la paz, todo puede perderse con la guerra”.