Debe entenderse que mi familia me dio la espalda hace décadas y que soy el único Lequerica que vivió en el sur de la ciudad, que votó por Petro dos veces y aguantó física hambre. Mi presunto privilegio es, en una urbe invadida por turistas y sabaneros que ya se creen “de racamandaca”, una falta de melanina que solo me atrae sobrecostos. No soy de izquierdas porque el pueblo me ha tratado mal, brindándome con frecuencia peligro, recelo y malicia; pero ello no anula mi odio al fascismo y a las actitudes tramposas de la derecha, quedándome claro que las amenazas de muerte, asesinatos mediáticos y demás flagelos sufridos no me llegaron de la izquierda.
Con la champeta sinfónica y otras iniciativas de descolonización, quise reconciliar a las dos Cartagenas, pero ambas me acabaron agrediendo e irrespetando. Atrapado entre la élite y el pueblo, entre la academia y la calle, entre la mediación y el conflicto, no me extraña que los imbéciles me acusen de ser un querulante: soy seguidor de Cristo, de Beethoven y de Max Stirner.
A días del estreno de un montaje de ‘La Traviata’ en el Teatro Enrique Buenaventura de Cali en 2018, evento del que fui director musical, nuestro elenco recibió una felicitación colectiva de parte de Abelardo de la Espriella. Es sabido que su gusto por ciertas tradiciones canoras del pasado lo ha llevado a prescindir del pudor en el ejercicio de la música y a incurrir en el exhibicionismo, posando como fino esteta de la alta cultura europea. Para entonces, ya era conocido por sus airadas retóricas derechistas, y su gesto generó más bien indiferencia y cierta hilaridad.
Pero cuando Abelardo amenazó burdamente a la izquierda esta semana, me sentí aludido. Las apologías del genocidio, el trillado libreto pregonando violencia y las generalizaciones conceptuales de este sujeto son no solo irresponsables en nuestro contexto histórico, sino legalmente punibles. Contrasta su imagen pública de aprecio por lo sensible con la insensibilidad desplegada en sus asertos, lo cual me lleva a concluir que su vena artística no es sincera ni auténtica. Yo he sublimado en el arte mis ganas de “destripar” a los caciques que me amenazan y calumnian. Como tantos artistas antes de mí, introduje la violencia en mi obra sin dejar una sola víctima. Considero a Abelardo incapaz de tal grandeza, pues usurpa el arte para disimular una violencia que sí deja estragos.
Abelardo: si usted me quiere “destripar” y “erradicar”, proceda. Usted es un corroncho más, otro ricachón inculto que nunca me encarga una obra, otro tirano agropecuario profiriendo amenazas. ¡Cállese, Abelardo, y deje de expoliar la música como si ella le pudiese absolver el alma paramilitar! ¿Tendría usted las gónadas de financiar una ópera colombiana? Cobarde, sabe que con ello no ganaría mi silencio.