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Columna

Muertos de hambre

“El estudio nos permitió a muchos médicos aprender cómo es ser un ‘muerto de hambre’ y las grandezas y bajezas más insondables...”.

CARMELO DUEÑAS CASTELL

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Hace mucho, cuando la vida era palabra y esta tenía poder, llamar a alguien “muerto de hambre” era lo más despectivo que existir pudiera. El diccionario dice que es un término coloquial que significa “persona pobre o miserable”. También se usa como insulto o desprecio antes esos que aparentan mucho más de lo que son o tienen y puede, también, referirse a alguien con hambre extrema.

El hambre es tan vieja como la humanidad. Osamentas de hace 50.000 años lo confirman. La escasez alimenticia era producto de glaciaciones o sequías, pero también de actos humanos como la vergonzante aparición de clases sociales. Grandes hambrunas llevaron al canibalismo y a fallecimientos por física hambre.

Era febrero de 1942, en pleno invierno los nazis decidieron doblegar la resistencia en el gueto de Varsovia a punta de física hambre. Mientras morían, 28 médicos judíos estudiaron los efectos del hambre. En medio de la perversión nazi siguieron un estricto protocolo para describir en profundidad la desnutrición y los efectos del hambre, hasta la muerte. El estudio nos permitió a muchos médicos aprender cómo es ser un “muerto de hambre” y las grandezas y bajezas más insondables del alma humana. De tales lecciones esperaría uno un aprendizaje global que garantizara lo que hoy, con un dejo de ingenuidad, la ley denomina “no repetición”.

Hoy, con estupor, vemos la liviandad del mundo impávido ante un degenerado conflicto. El terrorismo de Hamás, el oportunismo genocida del gobierno israelí, la pasividad de la ONU y la abúlica complicidad global. Pronunciamientos inanes, intrascendentes reuniones y nada pasa. O sí, ¡sí pasa!, cada día centenares de niños presentan los estigmas de una enfermedad que debería ser extinta y mueren en vivo y en directo.

Para vergüenza de todos y, según la ONU, 673 millones de personas sufren hambre. Según el Instituto Nacional de Salud, más de 1.300 niños colombianos han muerto de hambre desde 2020 y el número de casos con desnutrición aguda en menores de 5 años viene aumentando hasta el punto que más de 50.000 niños la padecen. Tengo para mí que tanto en Gaza como en Colombia hay una sociedad “muerta de hambre”, la que ha prohijado que esta enfermedad, que debería estar extinta, exista aún. Así como algunas patologías han sido erradicadas por algo tan costoso y complejo como las vacunas, la desnutrición y el hambre tienen una solución tan simple que deberían haber desaparecido de la faz de la Tierra. Pero, bueno, hay esperanza, la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia y quijotes como Salvo Basile enfrentan diariamente las “guerras del hambre”, pues ellos saben, como decía el filósofo de la Junta, que “el hambre se va, pero vuelve”.

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