El lunes 28 de julio de 2025 se convertirá en una especie de día cívico para la izquierda, y me parece un tanto simplista como siendo incapaces de lograr algo por sus propios medios, adopten como victorias decisiones judiciales. En verdad me enternece su mediocridad. Para los partidarios del expresidente Uribe el 28 de julio será el día de la infamia y denunciarán con vehemencia la persecución que, según ellos, se ha desatado por el gobierno. También me resulta un poco obsceno pensar de esta manera, porque insisto, la izquierda, al menos en este país, no ha servido ni para eso.
Mezquino si resulta que la izquierda tome partido de este hecho y comience a elaborar su campaña en torno a Uribe preso (ya les di ideas para su discurso electoral) y más que la derecha tome el fallo como bandera de injusticia, porque eso deslegitima más las instituciones. Hago un llamado a la coherencia y el respeto por la independencia judicial como abogado que soy. Lo que si es un hecho es que la condena del expresidente Uribe se trata de una decisión clave en la historia del país, y no, como lo quieren vender los opositores oportunistas del exmandatario, como la primera condena a un expresidente.
Históricamente esto no es verdad: Es cierto que es el primer caso penal donde un hombre de ese calibre es condenado, pero no es de lejos ni pionero en el sistema judicial: El 18 de marzo de 1959 el expresidente Gustavo Rojas Pinilla, General (r) del ejército, fue condenado por el Congreso (la misma institución que precluyó la investigación contra el entonces presidente Samper por el 8000 y que seguramente hará lo mismo en este gobierno con el proceso 16000) por malversación de fondos públicos y prácticas dictatoriales, es decir que fue un juicio político. Todo ello con la venia del muelón Lleras.
Rojas no fue el único caso de un exmilitar en el mando que sufrió condena: En 1828 el general Francisco de Paula Santander fue declarado culpable por traición y juzgado como partícipe del complot que buscaba derrocar a un intratable presidente Bolívar (el referente democrático de la izquierda latinoamericana), y que al final se salvo de morir por la espada a última hora.
Ahora bien, regresando al siglo XXI y desbaratado el mito del primer expresidente condenado, resulta cuando menos llamativo que el presidente célebre la imparcialidad del fallo, porque en lugar de ser creíble resulta sospechosa su postura. Recordemos que ha atacado a la Corte Constitucional (en la que hizo historia Carlos Gaviria, su promotor), a la Suprema de Justicia, al Consejo de Estado, a la Procuraduría y un largo etc. Hasta con la Constitución ha sido beligerante, la misma que su cuadrilla ayudó a confeccionar. Con la Comisión de Disciplina Judicial no se ha metido porque no la entiende, no es abogado para hacerlo. La Suprema autoridad administrativa tiene el compartimiento de la canción del célebre Darío Gómez: “(…) unas veces si y otras veces no (…)”, porque acata y ataca a conveniencia, y con esa indecisión el país no tiene tranquilidad. Preocupa también la firme decisión del gobierno de los Estados Unidos de interferir en la decisión judicial, por mil y una razones.
A los partidarios del expresidente les tengo una buena noticia: En virtud del principio de non reformatio in pejus, el caso (que seguramente será apelado), pasará a la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, donde puede ser reducida y hasta reversada su condena. Además, al no tener antecedentes penales y por su avanzada edad, la pena privativa de la libertad en recinto carcelario es improbable y por bien que le vaya puede hasta pagar su pena, que oscila las 6 a los 12 años, en 4 o menos años.
Aun no se sabe el impacto que tendrá la decisión del lunes 28, pero algo tengo claro, y es que es muy temprano para hablar de un efecto real en las elecciones presidenciales de 2026, es que faltan 10 meses y todo puede pasar. Recordemos que el propio Uribe comenzó a puntear en las encuestas a partir de febrero de 2002 cuando el presidente Pastrana reconoció el fracaso del proceso de paz y la confrontación armada se vislumbró como único camino viable en ese momento. Al fin de cuentas, en Macondo nunca pasa nada, no tenemos memoria ni criterio, y aquí nos gusta elegir exconvictos ¿no me creen? Miren a Palacio en Bogotá.