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Columna

Maestros del engaño en la sociedad de la mentira (I parte)

“Y hoy en día, ¿qué opinaría Chesterton de la explosión de los “coaches” tan populares en redes sociales?...”.

Gonzalo García

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Desde siempre detesté los libros de autoayuda. Veía claro que estaban hechos para vender más que para ayudar, desnaturalizando filosofías poderosas. Y cuando uno encuentra personas —grandes personajes— que coinciden con uno, la alegría es grande. En este caso me hallé con un ensayo de G.K. Chesterton de 1915. El título era tan claro que me invitaba a leerlo: La falacia del éxito.

En este corto ensayo el autor considera los libros de autoayuda los más «necios y disparatados». Básicamente textos que tratan muy mal temas de filosofía estoica convirtiendo a sus fabricantes en «filósofos del éxito». Chesterton dudaba si habría quien los comprara. Y para su sorpresa, el tiempo y su época le contestarían, con asombro, afirmativamente; se venden y seguirán vendiéndose. Con claridad muy llana define el éxito como sinónimo de hacer dinero o lograr posicionamiento en la escala social. Además dice que solo hay dos maneras de lograr el «éxito»: haciendo bien las cosas o haciendo trampa, engañando, convenciendo al incauto que se saben hacer bien las cosas. Y cada vez, con más frecuencia, veo que escasean los primeros y abundan los segundos, maestros del engaño en la sociedad de la mentira —muy comunes en el mundillo de la politiquería—. Utiliza un texto en el que un autor apela al «instinto que nos hace ricos o el instinto de hacer dinero» para darnos a entender, según su comprensión, que el único «instinto» que nos hace ricos es el que la teología cristiana denomina crudamente «pecado de avaricia». Y como, según Chesterton, uno de los sinónimos del éxito es producir dinero, nos conduce, con sus razonamientos hasta el punto de llegar a ligar este tipo acciones con un «horrible misticismo del dinero». Hay que mencionar la forma en que utiliza el ejemplo, conocido por todos, del Rey Midas y que torpemente usamos cuando señalamos a alguien o desearíamos nosotros mismos ser como Midas sin conocer el final moralizante de las fábulas. A la larga, Midas no tuvo éxito sino un fracaso digno de lástima porque murió de hambre al no poder comer porque hasta la comida convertía en oro; propicio final para aplicar también a la cruel y patética transformación del medio ambiente en moneda en favor de la búsqueda del «éxito».

Y hoy en día, ¿qué opinaría Chesterton de la explosión de los “coaches”, tan populares en redes sociales? Estos personajes autodenominados “coach”, con su discurso, parecen ser el reemplazo de los libros de autoayuda en estos tiempos de la opinión teledirigida o de la videocracia —según dijo Sartori— en que la lectura, siendo desplazada, ya parece ser un hábito de viejos y en que la autoformación de estos personajillos está mediada por la superficialidad de sus conocimientos que les permiten a ellos mismos graduarse de “coach”.

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