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Columna

Lo más bonito de mi tierra cartagenera

“Lo más bonito de Cartagena es su gente. Personas alegres, espontáneas, resilientes...”.

Mayra Rodríguez Osorio

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Lo más bonito de mi tierra cartagenera no se resume en una postal. Es mucho más que el sol brillante sobre el mar o las murallas que abrazan la historia. Es una sensación profunda, una mezcla de orgullo, sabor, herencia y alegría. Cartagena no solo se visita: se vive, se respira, se lleva por dentro como un canto eterno al Caribe.

Aquí, lo bonito está en los colores de sus casas coloniales, en el aroma del frito que despierta los sentidos, en el acento cálido que convierte cualquier conversación en melodía. Está en el saludo espontáneo del desconocido, en la sonrisa del vendedor ambulante, en la fuerza de quienes construyen cada día con dignidad y resistencia.

Mi tierra cartagenera tiene alma de tambor y corazón de Palenque. Cada rincón cuenta historias de libertad, de lucha, de mezcla. Lo bonito es escuchar la champeta en los barrios, ver una cumbia bailada con falda y descalzos, y sentir cómo los ritmos ancestrales siguen vivos en cada esquina. Aquí, la cultura no se encierra en museos: camina por las calles, brilla en las plazas, se saborea en cada plato.

Lo más bonito de Cartagena es su gente. Personas alegres, espontáneas, resilientes. Gente que no necesita mucho para celebrar la vida. Con un balde de agua y una bocina ya se arma la fiesta, porque el goce es parte del alma cartagenera. Pero también hay profundidad: sabiduría ancestral, resistencia histórica, orgullo de raíz.

Es bonita la Ciudad Amurallada, sí, pero también lo son sus barrios populares, donde se cocina la verdadera Cartagena. Donde el olor a arroz con coco se mezcla con risas de niños, y el calor humano compensa cualquier carencia. Donde el sentido de comunidad es fuerte y el respeto por las tradiciones se hereda con orgullo.

Lo más bonito de mi tierra cartagenera es que no se rinde. Ha visto siglos de historia, ha resistido tempestades y desigualdades, pero sigue de pie, con la mirada al mar y el alma en alto. Cartagena brilla no solo por su belleza, sino por su espíritu indomable. Y quien nace aquí lleva ese fuego dentro.

Porque lo más bonito de mi tierra no es solo lo que se muestra al turista, sino lo que se vive en cada calle, en cada familia, en cada gesto de cariño caribeño.

Cartagena no es solo un destino: es una herencia que canta, que sueña, que resiste y que nunca deja de enamorar; y ver a los enamorados en las garitas de nuestras murallas… nos enamora más.

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