Una vez más, el país amanece discutiendo no los grandes problemas nacionales, sino las frases provocadoras de una nueva alocución presidencial. Mientras millones de colombianos enfrentan la inflación, el desempleo o la inseguridad en sus barrios, buena parte de la clase política y de la prensa decide girar en torno a las palabras del presidente. Una dinámica tan repetida como predecible: él lanza un mensaje cargado de ideología o confrontación, y el país entero —como si de un libreto se tratara— responde en bloque.
No es nuevo. Lo que llama la atención es lo fácilmente que el liderazgo político opositor cae en esta trampa discursiva. Senadores, representantes y dirigentes regionales no solo se indignan, sino que convierten cada frase presidencial en la noticia del día. Se emiten comunicados, se convocan ruedas de prensa, se escribe con furia en redes sociales. En suma: se hace exactamente lo que el presidente busca. Se reacciona. Se multiplica su mensaje. Se refuerza su narrativa, incluso al criticarla. Así, el mandatario no solo logra imponer su versión, sino que anula el espacio para el debate de fondo.
El ejemplo más reciente —con reacciones en cadena tras una alocución cargada de victimismo y populismo— confirma esta estrategia. El mandatario no está improvisando: domina la comunicación política como pocos y entiende que en una democracia emocional como la nuestra, la pelea retórica rinde más réditos que la gestión silenciosa. En un país de titulares inmediatos, de narrativas simplificadas y redes sociales crispadas, el que controla el tema del día controla buena parte del juego político.
Pero el problema no está solo en quien gobierna. Está, sobre todo, en quienes se dicen opositores. Porque si la política es reacción constante a las salidas en falso del presidente, entonces ¿cuál es la propuesta propia? ¿Dónde están las iniciativas estructuradas, las ideas de país, que deberían representar a millones de ciudadanos que no se sienten identificados con el discurso oficial? Una oposición que solo reacciona, sin construir visión, se vuelve estéril y predecible.
Colombia necesita menos indignación viral y más pensamiento estratégico. Necesita líderes que hablen de futuro sin esperar a que la Casa de Nariño les dicte el tema del día. Que le apuesten a construir una narrativa sólida, creíble, con capacidad de conectar emocionalmente con el país, sin caer en la lógica pendular de “hoy le respondemos por esto, mañana por aquello”. Una agenda verdaderamente alternativa no se construye en respuesta al ruido, sino desde la coherencia, la visión y el carácter
Mientras tanto, el presidente gana. Gana porque no se habla de resultados, sino de frases. Gana porque no se le cuestiona con profundidad, sino con eslóganes. Y gana porque logra lo que busca: que todos hablen de él. En política, el que impone la conversación, muchas veces, ya ganó la mitad de la batalla.