¿Qué sentido tiene la prohibición de la reelección presidencial? Si el pueblo vota repetidamente a una persona para que sea Presidente de la República, ¿por qué una norma jurídica puede prohibir la decisión de la ciudadanía? ¿No se supone que en una democracia se hace lo que quiere la gente? Pues si la gente quiere reelegir a Petro por segunda vez, o por tercera vez, la lógica democrática parece indicar que debería poder hacerlo, ¿no? Pues no. La limitación de mandatos presidenciales o, en el caso colombiano, la prohibición de reelección presidencial no es una decisión tomada al azar y, desde luego, no es un oscuro ardid de la derecha para fastidiar a nuestro benemérito Presidente. Es una medida tomada en coherencia con lo que significa una democracia liberal. Esto es, una forma de gobierno que se basa en la legitimidad popular, pero que no tiene por finalidad última la manifestación de la voluntad del pueblo en sí misma entendida, sino como instrumento para garantizar otra cosa más importante: la limitación del poder político como presupuesto imprescindible para garantizar las libertades individuales.
Limitar o prohibir la reelección de un presidente busca evitar que éste se crea el propietario del poder, la encarnación del pueblo, el único depositario legítimo de la representación popular, y que acabe abusando del poder en beneficio propio o ajeno. Son muchos los autores que nos recuerdan, en ocasiones con frases sumamente célebres como la de Lord Acton, de que el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente, que es inevitable que los gobernantes se echen a perder. El poder es un veneno que pudre al más puro de los hombres. Imaginen ustedes a aquellos con escasa pureza probada. Limitar el tiempo que pueden estar en el poder es una cuestión de higiene democrática básica, pues, por citar a Shaw, es necesario cambiar frecuentemente a los políticos y los pañales, y normalmente por el mismo motivo.
Por eso, llama tan poderosamente la atención quien no parece querer entender esto, o sólo se lo aplica a los del otro lado de la barricada política, pensando que su líder es un ser ajeno a toda tentación. Asombra su incapacidad para entender que lo que hoy aprueben para su presidente, mañana lo usará también el presidente de la ideología opuesta. Impresiona que no se den cuenta que la democracia no va de otra cosa que de controlar al lobo, no de dejarle suelto durante tanto tiempo como él quiera.