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Columna

El video de Coldplay que sacudió el cosmos

El escándalo, alimentado por los memes desbordados de las redes y luego por el rigor de la investigación, no dejó lugar a equívocos.

ANTONIO SEGOVIA

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Lo que pudiera parecer el inicio torpe de una maniobra de Heimlich (la maniobra médica que salva vidas) terminó siendo un terremoto cósmico.

Un gesto breve, ambiguo, casi tierno, atrapado en un video en directo durante un concierto de Coldplay y lanzado con la mejor de las intenciones como un homenaje a la astronomía; desató una serie de reacciones en cadena que culminaron en algo inaudito en nuestro tiempo: la renuncia de un director general, por un error ético personal.

Sí, el jefe de la empresa Astronomer, protagonista involuntario de ese video viral, dimitió tras revelarse que el abrazo en cuestión no era un acto de primeros auxilios ni un impulso platónico, sino una muestra de afecto dirigida a una empleada con la que mantenía una relación sentimental paralela.

El escándalo, alimentado por los memes desbordados de las redes y luego por el rigor de la investigación, no dejó lugar a equívocos: fue infiel y abusó de su posición jerárquica. Y sin embargo, lo que más llama la atención no es el error, sino lo que hizo después.

Renunció.

En una era donde el poder es adictivo y la responsabilidad es un deporte minoritario, ese gesto de renuncia se vuelve radicalmente anacrónico.

¿Quién dimite hoy por vergüenza, por ética, por haber fallado no a una ley, sino a un ideal? ¿Cuántos políticos atrapados in fraganti, en España, Estados Unidos, Brasil, Colombia o en cualquier otro país siguen aferrados a la silla como si el cargo fuera una prótesis ontológica?

Corruptos descubiertos con pruebas, audios, cuentas, transferencias, cuerpos, sobres, mentiras grabadas y contradicciones documentadas siguen compareciendo en ruedas de prensa con la frente alta y el discurso aprendido. No renuncian. No piden perdón. No se sonrojan.

Y entonces llega este hombre, que no es un político, ni un filósofo, ni un pastor de almas. Es un emprendedor tecnológico, categoría a la que solemos asociar ambición, ego, expansión sin freno, y tras haber cometido un acto de traición marital que se convirtió en asunto público, decide dejar el cargo.

Es un gesto imperfecto, sí. Pero en la lógica de esta época, se vuelve una forma de fuerza moral en retirada.

Lo que el abrazo no dijo, pero el acto sí

Muchos se quedaron en la anécdota: el abrazo malinterpretado, la viralidad cómica, el meme.

Pero debajo del meme había un símbolo: la dimensión ética de la renuncia.

Renunciar no lo absuelve, pero lo humaniza.

Renunciar no corrige el error, pero le da forma pública al arrepentimiento.

Renunciar, en este contexto, no es debilidad, es una acción dignificante.

La infidelidad, más allá del chisme, es también una forma de ruptura del contrato simbólico que un líder tiene con su comunidad.

Cuando el poder se mezcla con lo íntimo y la jerarquía con el deseo, el margen para el error se vuelve más angosto.

No se le exigía al CEO que fuera santo, pero sí que no se escondiera detrás de su cargo, como hacen tantos otros.

La otra cara del poder

Cuando contrastamos este episodio con la realidad política actual, el abismo ético se vuelve insalvable.

En España, dos secretarios generales del partido gobernante han sido escuchados tramando corruptelas y a uno de ellos también, escogiendo presuntas prostitutas de un catálogo; pero quien les nombró no ejerce su responsabilidad “in vigilando” y, aún así, se niega a dimitir, siquiera como un mínimo gesto de elegancia y ética política.

En Brasil, un presidente puede ser procesado y encarcelado por corrupción y luego reelegido con apoyo fervoroso.

En Estados Unidos, figuras públicas que han mentido ante las cámaras o incitado presuntas insurrecciones siguen en el poder, respaldadas por sonrisas blindadas y equipos de asesores jurídicos y políticos.

En Colombia la campaña presidencial fue financiada por dineros calientes, tal como reconoció su propio hijo, y el presidente ejerce su mandato embebido en el consumo de sustancias tóxicas, al decir de su excanciller.

La política se ha convertido en una zona franca de impunidad emocional, donde mantenerse en el cargo vale más que el prestigio, y la rectificación se considera una traición a la estrategia.

¿Qué pasaría si un día, uno de ellos, al ser descubierto, simplemente dijera:

“Me equivoqué. No soy digno del cargo. Me voy”.

La sociedad entera, estupefacta, aplaudiría de pie. Porque, en el fondo, el acto de renunciar con dignidad es hoy más revolucionario que cualquier consigna ideológica.

La ética de soltar

Tal vez haya que decirlo sin ambages: el poder corrompe, pero el apego al poder pudre.

No es el acto inmoral lo que nos hunde, sino la negativa a soltar cuando ya no se tiene legitimidad.

En este contexto, la renuncia del CEO no debe ser celebrada como heroicidad, sino valorada como lo que es: un raro acto de higiene ética.

Y sí, en la cultura pop resulta paradójico que sea un video de Coldplay — grupo célebre por su emocionalidad cósmica y letras de redención — el catalizador involuntario de esta lección moral.

Lo que empezó como una oda al telescopio y las galaxias terminó mostrando lo que hay debajo del ojo humano cuando se graba demasiado: contradicciones, pulsiones, errores… y a veces, redención.

Un ejemplo inesperado

Quizá este hombre, al que ahora muchos llaman irónicamente “el cachón del cosmos”, o “el cornudo espacial”, sin saber si fue traidor o traicionado, se convierta sin proponérselo en una figura simbólica.

Porque, aunque haya cometido una falta, dio un paso al costado sin victimismo ni negacionismo.

Y eso, en un mundo donde la arrogancia se ha vuelto forma de gobierno, es casi una forma de espiritualidad laica.

El video, por cierto, sigue circulando.

Pero ahora se ha vuelto otra cosa: una cápsula visual donde el abrazo, más que romántico, se lee como el prólogo de una caída.

Una escena sin guion que terminó desplazando a ministros, estrellas pop y directores ejecutivos a un segundo plano.

La cultura digital ya no distingue entre arte, error, escándalo y juicio.

Pero en medio del ruido, alguien decidió callarse y renunciar. No es poco.

Una lección para el poder

Ojalá este pequeño gesto — que nació de un simple abrazo y terminó en un cisma empresarial — se convierta en ejemplo.

Ojalá los que legislan, mienten, roban y manipulan, lo tomen como espejo.

Ojalá entendamos que el poder no se mide solo por lo que se tiene, sino también por la capacidad de soltarlo cuando uno ya no está a la altura.

Porque ejercer el poder no es solo un privilegio, sino también una responsabilidad ineludible: una responsabilidad “in eligendo”, por a quién se elige, e “in vigilando”, por cómo se le supervisa y cómo se responde cuando falla.

En un mundo que aplaude al que resiste, aunque esté podrido, este CEO infiel, confundido y finalmente digno, nos ofrece algo que escasea: una ética de la retirada, una forma de decir “he fallado, no merezco seguir”.

Y aunque su caída comenzó con lo que parecía una maniobra de Heimlich, su salida termina siendo una maniobra de honestidad.

Algo tan raro como ver un cometa en una noche oscura. Tan infrecuente como una verdad sin maquillaje.

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