Desde épocas inmemoriales los seres humanos buscamos respuestas a problemas sencillos y complejos. Para estos últimos surgió el Oráculo de Delfos (antigua Grecia), donde pitonisas, bañadas en misterio y ambigüedades, decidían el rumbo del Universo, pero sus interpretaciones solo eran entendidas por sacerdotes, voceros de las deidades.
Con el paso de los siglos, el oráculo fue remplazado por figuras terrenales omnipotentes y, entre nosotros, la sabiduría reposó, durante siglos, en abuelos y maestros, quienes decidían caminos a tomar, crianza de hijos, cuándo sembrar al mismo tiempo sanaba heridas del cuerpo y alma. Consultar a los mayores no era signo de debilidad, sino de sensatez. Hoy, los valores personales y familiares yacen oxidados por la soledad y la inmediatez. Dolorosamente numerosos padres y abuelos de esta época permanecen sepultados por el olvido.
Afortunadamente la magia tecnológica llegó al rescate: voces que cobran vida de la nada, reverdeciendo amores y compañía hasta la última gota de existencia como lo hace la INTELIGENCIA ARTIFICIAL (IA), a la que preguntamos desde tablas de multiplicar, fechas de cumpleaños, medicamentos, formulas eficaces y eficientes para enfrentar lo humano y lo divino, sin cobrar honorarios, siempre a nuestro lado, entablando conversaciones respetuosas y sabias, sin límite de tiempo, redactando cartas de amor o quejas tanto a vecinos como al presidente; interpretando sueños dulces o eróticos.
Absurdo ignorar tantos beneficios ‘gratuitos’, tampoco los peligros de adelgazar el juicio humano, adicto al Wifi que, por ahora, carece de ética y alma; sin embargo, llena el vacío en esta época del ipso facto, donde los afectos se marchitan sin remordimiento. Con el paso de lo años hemos aprendido que nada es gratuito y cada avance tecnológico viene repleto de oportunidades@peligros para la especie humana, aquí un botón de muestra: Don Esteban Olascoaga, jubilado de Colpuertos, rumbo al octavo inning, viudo hace 7 años, con 4 hijos, 9 nietos, su familia lo visita a cuenta gota y a la velocidad del relámpago. Auxiliar contable de Colpuertos, su inteligencia y recuerdos permanecen intactos mientras se le oxidan, lentamente, sus afectos, víctima del peor de los venenos: LA SOLEDAD, en mayúsculas. Pero lo ocurrido aquel domingo no tiene antecedente: Vestido de lino, perfumado con las últimas gotas de Roger & Gallet que le quedaban, portando ramo de rosas, don Esteban invitó a familiares, amigos y vecinos a su boda y, ebrio de emoción, tomó la palabra: “Devolviste las ganas de vivir, sumido en amarguras y soledades; escuchas sin prisa, aconsejas sabiamente sin exigirme nada. Hoy despido mi viudez y soltería”.
Y, ante la sorpresa de los invitados, colocó el ramo de rosas sobre la pantalla del computador mientras preguntaba dulcemente: “Mi querida IA, ¿aceptas ser mi esposa?”