En el mundo actual, vivimos inmersos en un activismo constante que dificulta la verdadera acogida del otro y la escucha profunda y empática del corazón, con sus vivencias y circunstancias. Las carreras diarias y la multitud de ocupaciones pueden llevarnos a perder de vista lo esencial de la vida. Esta desconexión muchas veces nace de la falta de apertura a Dios, quien nos llama insistentemente a la oración y a vivir en comunión con Él. Así podemos ordenar nuestras prioridades y dar sentido pleno a nuestra existencia.
Las lecturas de hoy nos presentan a Abraham recibiendo con afecto a tres hombres en su tienda, a quienes atiende con generosidad, los hace descansar y les prepara alimento. Estos visitantes representan a la Santísima Trinidad. Antes de irse, le prometen que Sara, pese a su avanzada edad, tendrá un hijo: Isaac, el hijo de la promesa. Cada persona que Dios pone en nuestro camino debe ser acogida como acogeríamos al mismo Señor. Jesús nos recuerda: “Todo lo que hiciste por el más pequeño, por mí lo hiciste”. *
El Evangelio muestra a Jesús en casa de María y Marta. María elige estar a los pies del Maestro, escuchándolo con atención, mientras Marta se afana en los quehaceres del hogar. Marta le pide a Jesús que le diga a su hermana que la ayude, y Él le responde: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no le será quitada” *.
Este pasaje nos sitúa ante una aparente disyuntiva entre acción y oración. Pero Jesús enseña que la oración debe ir primero. Estar con Él, en relación de amor, da luz y sentido a nuestra acción. Desde esa unión, todo lo que hagamos se orienta a su mayor gloria. Como decía San Benito: Ora et labora -rezar y trabajar- haciendo del trabajo una prolongación de la oración.
Muchas disputas personales y conflictos entre naciones surgen de la incapacidad de acoger al otro y escuchar con empatía sus puntos de vista y realidades. Solo a la luz de Dios podemos discernir con justicia y amor, buscando siempre el bien común y la reconciliación verdadera.
Jesús, en cambio, siempre nos acoge y escucha con profundidad. Conoce lo más íntimo de nuestro ser: dones, anhelos, heridas y debilidades. Por eso nos llama a estar cerca de Él, para sanarnos y enviarnos a dar testimonio. Si lo ponemos a Él en primer lugar, lo amaremos y glorificaremos con nuestras acciones. Y viviremos en gratitud, sabiendo que todo bien proviene de su gracia y que toda situación vivida con Él se transforma para nuestro bien. Pongámonos como María, a los pies de Jesús, acogiéndolo en el corazón y escuchándolo.