Cuando era niño, mi abuela solía contarme cosas que me hacían reír… y otras que me hacían pensar, aunque no lo entendiera del todo. Una vez, con una voz que mezclaba dulzura y advertencia, me dijo: “Algún día los hombres se van a acabar, mijo. Y los pocos que queden se van a subir a los árboles para esconderse de las mujeres.” En ese entonces, pensé que era una broma. Hoy, la recuerdo con inquietante claridad.

La crítica que incomoda a los comunales
Gustavo Morales De LeónVivimos en un tiempo donde la figura masculina —tal como la construyó la historia— está en crisis.
El hombre fuerte, dominante, proveedor, inexpresivo… se desdibuja ante una realidad nueva: Cada vez nacen menos varones, Se mueren antes que las mujeres, son más vulnerables a enfermedades físicas y emocionales, y cada vez hay más hombres temerosos, aislados, e incluso avergonzados de su masculinidad.
Desde que la mujer tomó el control de su fertilidad con la píldora dejó de depender del varón para reproducirse. Desde que accedió al estudio, al voto, a la empresa, al poder, demostró —una y otra vez— que no solo es capaz: es brillante. Y así, en silencio, se reescribieron los roles: Ya no necesita al hombre para vivir, puede tener hijos sola, criar sola, gobernar sola… y amar como elija.
Muchos hombres no saben qué hacer con esto. Algunos se vuelven violentos. Otros, apáticos. Y no faltan quienes, incapaces de dialogar con la nueva mujer, prefieren el refugio de otros hombres, en la amistad o en la sexualidad.
¿Es el aumento visible de la homosexualidad una consecuencia de la pérdida del rol masculino tradicional? ¿O simplemente ahora hay más libertad para ser sin miedo? Quizás sea ambas cosas.
Lo que sí es claro es que las mujeres entre sí se entienden, se abrazan, se valoran. Ya no compiten por un hombre. No necesitan agradar. Y muchas han encontrado entre sus congéneres lo que los hombres no supieron darles: ternura, complicidad, paciencia, delicadeza.
Quizás mi abuela tenía razón en otro sentido. Quizás no sea que el hombre desaparecerá como cuerpo, sino como forma de poder, de imposición, de distancia emocional.
El hombre que sobrevive será el que aprenda a estar a la altura de la mujer moderna: sensible, curioso, apasionado, sin miedo a venerarla.