Uno de los logros evidenciados en el desarrollo de las sociedades humanas, en especial los últimos dos siglos, ha sido el avance en lo que llamamos los derechos fundamentales, esto es, la búsqueda y conquista de unos derechos que pareciera que fueran interminables y cada día más amplios, extensos e incluyentes. La mayoría de los derechos que hoy tenemos como inalienables y fundamentales eran simplemente desconocidos hace apenas 200 años y aún para nuestro medio, muchos derechos que hoy los percibimos como naturales eran impensables hace algunas décadas. Esta progresión es consistente con lo que viene ocurriendo en casi todo el mundo, en distintas sociedades, fortalecidos por los avances tecnológicos y reforzados por mecanismos o procesos como la ampliación de la educación, la urbanización y el acceso a las tecnologías que estos mismos procesos van creando.

Sin conexión las voces de las víctimas no se oyen
Paola MolanoPero, estamos ante crecientes llamados, advertencias y proclamas de las más diversas fuentes sobre los riesgos, que como sociedad tenemos frente a las conquistas de esos derechos que cada vez experimentamos y no es precisamente que regresemos a las formas que hemos dejado atrás por los avances de esos derechos. No es pensable que se retroceda en los mecanismos y formas de conquista y manifestación tanto de esos derechos como de las libertades asociadas con los mismos. Hoy no está allí mismo el riesgo, sino en las formas como esos derechos se van asociando a la vida cotidiana, a las formas de consumo, de relacionamiento, de trabajo, diversión y uso del tiempo libre. Hoy en la mayoría de las grandes ciudades cobra fuerza la expresión de la “pobre vida cotidiana de sociedades cada día más ricas”, grandes y medianas ciudades donde las personas van perdiendo esa condición de seres humanos para ser simplemente consumidores, o como lo describió Alvin Toffler, “prosumidores”, donde estos personajes se aíslan cada vez más de la función de productores, para ser simplemente consumidores, en unos procesos cada vez más alejados de su control o acceso, para pasar a ser simples fichas de una enorme máquina que va degradando la condición humana, para acercarnos más, de nuevo, pero bajo otras formas, a una especie de esclavitud, con apariencias de libertad y autonomía.
Lo que vemos con asombro, para algunos en forma impávida y para otros con angustia, es palpar cómo la sociedad de consumo, postmoderna y controlada por grandes multinacionales incluyendo redes de comunicación impersonales y con controles por fuera de los individuos, van alienando cada vez más a millones de seres humanos, que con el aparente control sobre su móvil, no comprenden que están entrando a ser parte de esos mecanismos de deshumanización, para actuar como robots, donde las formas más elementales de la vida son totalmente predecibles y controlables. Como dice la canción de Pin Floyd, “al final solo es otro ladrillo en el muro”.