El 13 de enero de 1955 apareció la siguiente nota en el periódico El Universal: “¿Discriminación racial? Tiene que ser con sorpresa que los habitantes de Cartagena se enteren del contenido de un aviso fijado en la pared principal de uno de los colegios privados de la ciudad, en el cual se puede advertir que ‘para clases de día sólo se reciben alumnos de presentación y color aceptables’. Con la observación, además de que si, ni lo uno ni lo otro -ni la presentación, ni el color- está a satisfacción de los directores del plantel, al aspirante le resulta inútil solicitar matrícula”
El director de educación Lácides Moreno Blanco comisionó a los funcionarios Alberto Shorboght y a Octaviana de León para que hicieran las averiguaciones pertinentes. En tal diligencia, el rector del colegio argumentó que “se trataba de una medida transitoria encaminada a producir cierto efecto en una persona extraña al colegio, pero que en ningún modo de una determinación para implementarla” (El Universal, 15 de enero de 1955, págs. 1 y 3).
En esa misma edición, Carlos Maciá Restrepo, rector de la Academia Colombiana de Comercio, acusa al periódico El Universal de incurrir en un malentendido y en una ocurrencia frente al mencionado cartel. Por su parte, Manuel Rodríguez Q. escribió sobre la actitud peyorativa institucional frente a la situación de miseria de las clases populares y su acceso a la educación, y sus condiciones nutricional, sanitaria y analfabeta; hizo referencia a la gran cantidad de maestras empíricas y sin categoría que impartían clases y manifestó su escepticismo frente a los planes del gobierno militar.
Respecto a la presentación y color aceptables, Rodríguez remató su nota así: “Las escuelas costeadas por el Gobierno son para todos los que quieran ingresar en ellas; ahora, si algunos padres de familia no quieren que sus niños se rocen con escolares de color moreno y de cabellos crespos, desfavorecidos físicamente, que matriculen sus querubines en escuelas privadas en donde encajan mejor tan absurdos, como antidemocráticos prejuicios discriminatorios” (El Universal, 26 de febrero de 1955, Pág. 4).
Para que fueran matriculados en los colegios, los pocos estudiantes de Chambacú negaban residir en su barrio, y en vez decían vivir en Getsemaní. Era más fácil acceder a una pantalla de cine que a un tablero de escuela. ¿Qué aprendían las gentes analfabetas de Cartagena al ver películas mexicanas y argentinas? Aprendieron estilos de ser pobres; a consolar sus penas en el sufrimiento ajeno de comedias y canciones; a sacarle el quite a la exclusión, cual ‘Cantinflas’; y a no rendirse jamás, con el amparo de la Virgencita de Guadalupe. Eran mensajes basados en el melodrama de clase social y color de piel, con una premisa de escarmiento: “Se sufre, pero se aprende”, tal y como aparece en la película ‘Nosotros los pobres’ (1948).