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Columna

Quique, el hechicero

“En la ciudad de sus querencias y desvelos se le admira y quiere, aunque falta el reconocimiento plano que merece…”.

Eduardo García Martínez

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Tenía largo rato de no verlo. Se había encuevado, como acostumbra cuando busca poner a fuego lento su prodigiosa imaginación para lograr sus mejores textos, que regala en publicaciones cautivantes. Pero la verdad sea dicha, sus reflexiones escritas sucumben ante la mágica atracción de su palabra hablada. Cuando expone como hablante se vuelve un hechicero. Sus escuchas quedan alelados ante una argumentación cristalina, sazonada con fino humor, que no requiere explicación a pesar de la profundidad que alcanza.

Lo suyo no es memorización de repentista, sino fruto maduro del estudio permanente, dedicación a la investigación, la lectura como disfrute estético, moldeado todo en una inteligencia superior que le permite elaborar figuras literarias hermosas, llenas de encanto. Por años este hechicero del lenguaje ha regalado su sapiencia en numerosos escenarios de Colombia y el exterior, sin ínfulas ni vanas pretensiones, cultivando aplausos de agradecimiento sincero, admiración y respeto. En la ciudad de sus querencias y desvelos se le admira y quiere, aunque falta el reconocimiento plano que merece, por ser un cartagenero excepcional que alumbra a la ciudad con su inteligencia y fogosidad intelectual.

Ha escrito muchos libros, ensayos de investigación, textos periodísticos, actuado como asesor brillante de tesis académicas, pero cuando habla se produce un milagro espiritual: nadie escapa al encantamiento de su verbo, un resorte cerebral obliga al palmoteo prolongado, a rendirse ante el éxtasis de su palabra.

Enrique Luis Muñoz Vélez, a quien todos conocen de manera cariñosa como Quique Muñoz, es un avis rara en medio de la preocupante ordinariez del lenguaje cotidiano cartagenero. Es fino, depurado, aun en conversaciones de grueso calibre con sus amigos de confianza. Lo afirmo con certeza porque creo contarme entre ellos, he leído con detenimiento su prosa y escuchado su miel en todos los escenarios.

Muchos textos de Quique ha publicado La Plaza. Cuando era periódico impreso al agonizar el siglo XX y se abría como un capullo el nuevo milenio, y ahora en la era digital. Los comentarios, siempre abundantes y de exaltación a un talento excepcional. Una de sus cautivantes historias apareció en La Plaza en 2000, describiendo a otro cartagenero genial, Carlos Gómez Padilla /Piquinini/, músico consagrado, peluquero, políglota, contestatario, a quien el arzobispo Pedro Adán Broschi excomulgó por denunciarlo como agiotista con sotana. Desde entonces Quique y yo perdimos nuestros nombres de pila y nos llamamos de manera mutua, Piquinini. O Piqui, en diminutivo. El pasado 3 de julio Quique salió de su cueva convencido por Alfonso Múnera, para hechizar de nuevo en el homenaje a Cenelia Alcázar. Gracias, Piqui.

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