Colombia vive un momento crítico. El reciente atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, el 7 de junio de 2025, volvió a encender las alarmas: un joven de apenas 14 años le disparó en la cabeza durante un acto político en Bogotá, reviviendo los temores de los atroces años noventa.
Pero la antesala de este brote de violencia no había sido precisamente pacífica. De lado y lado hemos visto lanzar improperios, insultos, declaraciones de guerra y de muerte. Cada pronunciamiento ha sido más incendiario que el anterior. Este es el caldo de cultivo perfecto para que todo estalle.
Pero estamos a tiempo de parar; estamos a tiempo de bajarle dos rayitas.
En esta columna, más que alertar sobre los hechos que ya muchos han expresado, quiero aportar algunos caminos posibles de cambio para nuestro país, de tal forma que el “desescalamiento del lenguaje” no sea solo retórica, y que la paz no sea solo un anhelo:
1. Duro con las ideas, suave con las personas: la política es dinámica cuando hay disenso, cuando se debaten ideas que se resuelven, a veces a través de convencer al otro y a veces a voto limpio. Debemos centrar la discusión pública precisamente en eso: en las ideas, en las propuestas, recordando la dignidad que reviste a cada colombiano y sus derechos inalienables.
2. Evitemos la tentación del like: cada vez que vayas a publicar, repostear o comentar, piensa si lo que vas a sacar a la luz es real, si no está exagerado, si no tiene adjetivos de más, si lo haces para aportar a la conversación o solo buscas indignar para conseguir likes. Ojo: las consecuencias del mundo digital se viven en el mundo real.
3. Protección real: en la medida en que los candidatos se sientan seguros, podremos poco a poco volver a un estado más sereno para hacer política. Necesitamos garantías. Las amenazas son reales, no solo percepciones; por eso se necesita invertir en seguridad, para los candidatos pero también para los ciudadanos, que son los verdaderos protagonistas de la democracia.
El intento de asesinato a Uribe y la furia de los recientes atentados recuerdan los años oscuros del país, aquellos tiempos preconstitucionales en los que el asesinato era la herramienta de persuasión política. En 1989 fueron asesinados Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara y decenas de miembros de la Unión Patriótica, cuya cifra de víctimas supera los 5.700 militantes exterminados. Hoy, a tres décadas de aquel horror, muchos advierten con razón: “La violencia ha regresado”.
La Colombia de 2025 no puede permitirse flirtear con su pasado sangriento. No basta con declaraciones bien intencionadas ni con estados de opinión en redes sociales. Es imperativo reforzar la presencia estatal efectiva en regiones olvidadas, respaldada por inversión social, judicial y militar. Se necesitan garantías reales para líderes sociales y opositores, no solo campañas publicitarias, y consecuencias legales ejemplares para romper el círculo perverso de la impunidad. Porque mientras continúe la guerra por territorios sin ley, en el lomo del Estado, seguiremos siendo espectadores del regreso de un horror que ninguna democracia verdadera debería tolerar.