Una de las cosas que más sorprende a los extranjeros que llegan a vivir en el país, es darse cuenta de la enorme incapacidad que tenemos los colombianos para prever y actuar en función de evitar daños, riesgos o pérdidas de vidas ante eventos que sabemos que pueden ocurrir. Para ellos es incomprensible lo pasivos o indolentes que somos frente a las vulnerabilidades que nos genera nuestra naturaleza, las formas como nos relacionamos con el medio natural y en especial los daños que llevamos siglos haciéndole a nuestro entorno. Cuando esos eventos se presentan, lo asumimos como fatalidad, mala suerte o designios divinos. Incluso algunos pueden llegar a pensar que son consecuencias de brujerías, hechizos u otro tipo de mal realizados por terceros por envidiar lo nuestro o simplemente por hacernos un mal.
Si uno revisa la prensa de hace 30 o más años, se va a encontrar con noticias idénticas, donde lo que cambia puede ser el número de fallecidos, el tamaño del desastre, la magnitud de los daños, la comunidad o el sitio del accidente. Repetimos con cierta frecuencia las noticias del bus que se fue a un abismo por efecto de las malas condiciones atmosféricas, por deslaves o pésimas condiciones de las vías, de las inundaciones que dejaron sin vivienda, sin cultivos o sin animales a cientos de familias y así hasta casi un infinito número de eventos, que parece que nos fuéramos acostumbrando a ellos.
Pero esto que pensamos ocurre en el interior del país, y nos sucede a nosotros casi de la misma forma, año tras año, con pasmosa repetición en los mismos lugares, por las mismas causas, solo que cada vez los daños y los impactos son mayores. Parte de la repetición de estos dramas, que ocurren en los meses de mayo a julio y de septiembre a noviembre, es que los mayores efectos, con los mayores costos se presentan exactamente donde hay más pobreza, mas incapacidad del Estado y de las mismas comunidades para enfrentar y cambiar ese tétrico panorama, donde hay menos inversión de recursos públicos para propiciar mejores condiciones de vida o una infraestructura más adecuada o resiliente. Tenemos enorme dificultad para entender la previsión como la capacidad de actuar antes de que un evento suceda, para anticiparnos a un hecho que pueda ocurrir. La previsión puede presentarse en todos los ámbitos de la vida, pero lo grave es que nos acordamos del paraguas solo cuando empieza a llover.
Igualmente tenemos que preguntarnos por qué somos tan lentos o indiferentes para actuar en función de la prevención, asumiéndola como la acción a realizar para evitar que algo suceda, para evitar daños o lo que puede ser parecido, como la capacidad de anticiparse a un riesgo o a un evento dañino. Aquí tiene la administración y la educación un enorme reto para trabajar en la perspectiva de transformar esa conducta del cartagenero, esto es una tarea para construir ese superciudadano.
*Sociólogo.