No mencionaré lo venenosamente jugoso que era ese sencillo arroz blanco con manteca que únicamente había recibido el adobo de un diente de ajo machacado y que inexorablemente sabía a gloria. Ni mucho menos de lo paradójicamente larga y fructífera vida de los abuelos cuando la hoy prohibitiva manteca, casi erradicada de toda receta que se precie hoy, era la principal sazón de las comidas y el saludable aceite de oliva no existía por estos lares y las artificiales e insípidas margarinas no habían aparecido. Por eso nunca entendí qué culpa tenía la manteca cuando alguien se quejaba de que lo ‘pasaron por manteca’, cuando le quitaban el puesto en una fila o en el orden de un juego o cuando se sentía engañado o maltratado.
Mucho menos pretendo discutir sobre si la versión de Miguelito Valdés con la Sonora es mejor que la grandiosa melodía de ‘Arroz con manteca’, de Óscar D’León y su Dimensión Latina, lanzada hace casi 50 años, y que sigue retumbando en el timpánico baldosín de algunos fanáticos. Hace poco un compadre me mandó una de las versiones del tema que revolucionó el jazz y que da origen a esta columna. Como muchos latinos, Luciano Pozo había llegado a Nueva York con los bolsillos llenos de ilusiones, el alma plagada de santería afrocubana y los oídos y las manos vibrantes de melodiosas percusiones. Todo iba mal para él, hasta que el destino, camuflado detrás de otro cubano, lo hizo conocer al ya famoso trompetista Dizzy Gillespie.
Así ‘Chano’ Pozo y Dizzy lograron uno de los más hermosos sincretismos al amalgamar la musicalidad africana, la instrumentación europea con la enérgica vibración caribe para crear el Latín Jazz y su primigenia expresión, ‘Manteca’. Obviamente fue un grito contra la discriminación, y aunque muchos atribuyen al título una recóndita adicción (marihuana o cocaína), yo quiero creer más la versión de que ‘Chano’ la tenía como muletilla para cualquier cosa que él consideraba “sabrosa” o cuando algo le parecía “lo mejor”, “perfecto”. Así debería considerarse un gobernante que cumple con sus promesas de candidato y se convierte en un sabroso el arroz con manteca, que dan ganas de repetir y repetir y reelegirlo, cuando se puede, como alcalde o gobernador.
En contravía de cuando tenemos presidentes aquí y acullá que se empecinan en perpetuarse inútilmente en el poder, en contravía de la ley, del sentido común y del desastre que han sido luego de habernos ‘pasado por manteca’ a todos y en todos los sentidos, y en esos casos uno piensa cómo ‘Chano’, que ‘manteca’ o ‘lo mejor’ sería que, dado que ya aguantamos lo mucho, aguantemos un poco y que con tal que se vaya, aunque le vaya bien puesto que al país siempre le habrá de ir mejor sin él.