En Colombia todo es posible. Desde la semana pasada corre por los medios la noticia de un fallo de tutela en el que supuestamente un juez ordenó a una EPS proveerle a un ciudadano dos muñecas sexuales inflables como parte de su tratamiento para la autoestima. Aunque la sentencia no ha sido publicada oficialmente, los medios la difundieron con lujo de detalles y con ello desataron una avalancha de preguntas, memes e indignación colectiva por los alcances del sistema de salud al resolver los asuntos del corazón y otras zonas.
Sin tapujos es propio afirmar que la sexualidad es asunto serio. Para Freud esta era, incluso, el motor fundamental de la vida psíquica, puesto que la libido guía silenciosamente nuestros actos, decisiones y deslices. No es menor, entonces, que cuando algo anda mal en ese terreno, la salud mental tambalee. Pero una cosa es reconocer el impacto de la sexualidad en el bienestar y otra muy distinta es convertir al sistema de salud en proveedor de fantasías eróticas por catálogo.
De hecho, el juego con muñecas sexuales no es nuevo, es un fetichismo, igual al que el que se excita con zapatos, cueros, disfraces, uniformes, pelucas y hasta muebles; es más, la mitología le dedicó una historia célebre en la que Pigmalión, un rey escultor, se enamoró perdidamente de su estatua Galatea y Afrodita, conmovida, le dio vida a la figura. Pero hasta Pigmalión costeó su escultura, nunca pidió una tutela.
Lo que hoy vemos parece más un giro tragicómico que un avance progresista. Mientras miles de colombianos esperan quimioterapias, medicamentos básicos o una simple cita con el especialista, un juez decide que el erario debe cubrir juguetes sexuales. En ese escenario es perfectamente posible que mañana se pida un subsidio para esposas de látex o por qué no, un plan complementario con lencería, disfraces y velas aromáticas.
Y es que no se trata de burlarse del padecimiento ajeno, pues la autoestima es frágil y la soledad puede ser cruel. Pero hay que trazar límites, porque no todo deseo frustrado puede convertirse en derecho exigible, así como tampoco toda necesidad íntima debe ser cargada al bolsillo colectivo. Mucho menos en un país donde las EPS quiebran a diario, pero, peor aún, donde las tutelas por cirugías urgentes se acumulan sin respuesta y hasta hay personas muriendo, esperando tratamientos que nunca llegaron, por eso la solución no puede ser inflar el gasto con... bueno, con inflables.
La salud sexual importa, claro que sí, pero la sensatez pública también. Si el señor en cuestión encuentra consuelo en compañía de silicona, que así sea. Lo que no puede ocurrir es que, en nombre del derecho, confundamos la atención médica con la satisfacción de caprichos privados. Como diría mi abuela, “cada cual con su muñeca… y su plata”, pero no con la de todos los colombianos.